Murió Samuel y todo Israel se reunió para llorarlo. Fue enterrado en su tierra de Ramá.
Luego bajó David al desierto de Maón. Allà habÃa un hombre que tenÃa su hacienda en Carmelo. Era un hombre muy rico y poseÃa millares de ovejas y cabras.
Ellos mismos te lo dirán. Te ruego, pues, que en este dÃa de fiesta, des buena acogida a mis muchachos. Dales, a ellos y a tu hijo David, lo que tengas a mano.»
Los muchachos de David llegaron donde Nabal, le repitieron estas palabras de David y se quedaron esperando.
Y agregó: «Esos hombres fueron muy buenos con nosotros: nunca nos molestaron ni nada nos faltó de nuestros rebaños mientras estuvimos con ellos en el campo.
AbigaÃl tomó, rápidamente, doscientos panes, dos garrafas de vino, cinco corderos preparados, cinco cargas de trigo tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos panes de higos secos. Cargó todo sobre burros
Montada en su burro, bajaba por un recoveco de cerro, al mismo tiempo que David y su gente venÃan hacia ella, asà que se encontraron.
David habÃa dicho: «Inútilmente he protegido todas las pertenencias de este hombre en el desierto para que nada le desapareciera. Ahora me paga mal por bien.
Que Dios me maldiga si mañana le queda con vida un solo varón.»
Bendita sea tu sabidurÃa, y bendita seas tú misma, que me has impedido derramar sangre y vengarme por mi mano.
Pero, sobre todo, gracias a Dios, que me ha impedido hacerte mal. Pues si tú no te hubieras apresurado en venir a mi encuentro, juro que a Nabal no le habrÃa quedado al amanecer ni un solo varón.»
Entonces David recibió todo lo que ella le habÃa traÃdo y le dijo: «Vete en paz a tu casa.»