En medio de la ciudad, a uno y otro lado del rÃo, hay árboles de la vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes, y sus hojas sirven de medicina para las naciones.
No habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus servidores le rendirán culto.
Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche.
No necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque Dios mismo será su luz, y reinarán por los siglos para siempre.
Yo, Juan, vi y oà todo esto. Al terminar las palabras y las visiones caà a los pies del ángel que me habÃa mostrado todo esto, para adorarlo,
pero me dijo: «No lo hagas, yo soy un servidor como tú y tus hermanos los profetas, y como todos los que escuchan las palabras de este libro. A Dios tienes que adorar.»
Que el pecador siga pecando y el manchado siga ensuciándose, que el bueno siga practicando el bien y el santo creciendo en santidad.
Voy a llegar pronto y llevo conmigo el salario para dar a cada uno conforme a su trabajo.
Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin.
Felices los que lavan sus ropas, porque asà tendrán acceso al árbol de la vida, y se les abrirán las puertas de la ciudad.
Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira.
Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para decirles lo que se refiere a las Iglesias. Yo soy el Brote y el Descendiente de David, la estrella radiante de la mañana.»