Se sabe que Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios AltÃsimo, salió al encuentro de Abrahán cuando volvÃa de derrotar a los reyes; bendijo a Abrahán
No se mencionan ni su padre ni su madre; aparece sin antepasados. Tampoco se encuentra el principio ni el fin de su vida. Aquà tienen, pues, la figura del Hijo de Dios, el sacerdote que permanece para siempre.
Solamente los sacerdotes de la tribu de Levà están facultados por la Ley para cobrar el diezmo de manos del pueblo, es decir, de sus hermanos de la misma raza de Abrahán.
Todo esto se hace más claro si el sacerdote a semejanza de Melquisedec recibe su cargo
no por efecto de una ley humana, sino por el poder de la vida que no conoce ocaso.
Pues la Escritura dice: Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
Con esto se cancela la disposición anterior, que resultó insuficiente e ineficaz,
pues la Ley no trajo nada definitivo, y al mismo tiempo se nos abre una esperanza mucho mejor: la de tener acceso a Dios.
Y aquà tenemos un juramento, lo que no se dio cuando los otros fueron hechos sacerdotes.
El fue confirmado con este juramento: El Señor lo ha jurado y no se vuelve atrás: Tú eres sacerdote para siempre.
Esta es la prueba de que Jesús viene con una alianza mucho mejor.
Los sacerdotes anteriores se sucedÃan el uno al otro porque, siendo mortales, no podÃan permanecer.
Jesús, en cambio, permanece para siempre y no se le quitará el sacerdocio.
Por eso es capaz de salvar de una vez a los que por su medio se acercan a Dios. El sigue viviendo e intercediendo en favor de ellos.
Asà habÃa de ser nuestro Sumo Sacerdote: santo, sin ningún defecto ni pecado, apartado del mundo de los pecadores y elevado por encima de los cielos.