La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver.
Esto mismo es lo que recordamos en nuestros antepasados.
Por la fe creemos que las etapas de la creación fueron dispuestas por la palabra de Dios y entendemos que el mundo visible tiene su origen en lo que no se palpa.
Por la fe Abrahán, llamado por Dios, obedeció la orden de salir para un paÃs que recibirÃa en herencia, y partió sin saber adónde iba.
La fe hizo que se quedara en la tierra prometida, que todavÃa no era suya. Allà vivió en tiendas de campaña, lo mismo que Isaac y Jacob, a los que beneficiaba la misma promesa.
Pues esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Por eso de este hombre únicamente, ya casi impotente, nacieron descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo, e innumerables como los granos de arena de las orillas del mar.
Todos murieron como creyentes. No habÃan conseguido lo prometido, pero lo habÃan visto de lejos y contemplado con gusto, reconociendo que eran extraños y peregrinos en la tierra.
Los que asà hablan, hacen ver claramente que van en busca de una patria;
pues si hubieran añorado la tierra de la que habÃan salido, tenÃan la oportunidad de volver a ella.
Ellos, gracias a la fe, sometieron a otras naciones, impusieron la justicia, vieron realizarse promesas de Dios, cerraron bocas de leones,
apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, sanaron de enfermedades, se mostraron valientes en la guerra y rechazaron a los invasores extranjeros.
Otros sufrieron la prueba de las cadenas y de la cárcel.
Fueron apedreados, torturados, aserrados, murieron a espada, anduvieron errantes de una parte para otra, sin otro vestido que pieles de corderos y de cabras, faltos de todo, oprimidos, maltratados.
Esos hombres, de los cuales no era digno el mundo, tenÃan que vagar por los desiertos y las montañas, y refugiarse en cuevas y escondites.