Recuerda a los creyentes que se sometan a los jefes y a las autoridades, que sepan obedecer, y estén listos para todo lo que sirve.
Que no insulten a nadie, que sean pacíficos y comprensivos y traten a todos con toda cortesía.
Pues también nosotros fuimos de esos que no piensan y viven sin disciplina: andábamos descarriados, esclavos de nuestros deseos, buscando siempre el placer. Vivíamos en la malicia y la envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros.
Pero se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres;
no se fijó en lo bueno que hubiéramos hecho, sino que tuvo misericordia de nosotros y nos salvó. En el bautismo volvimos a nacer y fuimos renovados por el Espíritu Santo
que Dios derramó sobre nosotros por Cristo Jesús, nuestro Salvador.
Habiendo sido reformados por gracia, esperamos ahora nuestra herencia, la vida eterna.
Una cosa es cierta, y en ella debes insistir: los que creen en Dios han de destacarse en el bien que puedan hacer. Ahí está lo bueno y lo que realmente aprovecha a la sociedad.
Evita, en cambio, las cuestiones tontas, las genealogías, las discusiones y polémicas a propósito de la Ley; no son ni útiles ni importantes.
Reprende al que deforma el mensaje. Después de dos advertencias, romperás con él,
sabiendo que es un descarriado y culpable que se condena a sí mismo.
Cuando te mande a Artemas o a Tíquico, date prisa en venir donde mí en Nicópolis, pues decidí pasar allí el invierno.
Toma todas las medidas necesarias para el viaje del abogado Zenas y de Apolo, de modo que nada les falte.
Y que los nuestros aprendan a moverse apenas se presente alguna necesidad, en vez de quedarse como unos inútiles.
Te saludan todos los que están conmigo. Saluda a los que nos aman en la fe. La gracia sea con todos ustedes.