ni se metieran en leyendas y recuentos interminables de ángeles. Esas cosas alimentan discusiones, pero no sirven para la obra de Dios, que es cuestión de fe.
El fin de nuestra predicación es al amor que procede de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera.
Por haberse apartado de esta lÃnea algunos se han enredado en palabrerÃas inútiles.
Pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no entienden lo que dicen ni de lo que hablan con tanta seguridad.
Ya sabemos que la Ley es buena siempre que tengamos presente su finalidad.
La Ley no fue instituida para los justos, sino para la gente sin ley, para los rebeldes, impÃos y pecadores, para los que no respetan a Dios ni la religión, para los corrompidos e impuros, para los que matan a sus padres y para los asesinos;
para los adúlteros y los que tienen relaciones sexuales entre hombres o con niños, para los mentirosos y para los que juran en falso. HabrÃa que añadir todos los demás pecados que van en contra de la sana doctrina,
según el Evangelio glorioso del Dios bienaventurado, tal como a mà me fue encargado.
Doy gracias al que me da la fuerza, a Cristo Jesús, nuestro Señor, por la confianza que tuvo al hacer de mà su encargado.
Al darte estas recomendaciones, Timoteo, hijo mÃo, pienso en las profecÃas que fueron pronunciadas sobre ti; que ellas te guÃen en el buen combate que debes realizar.
Conserva la fe y la buena conciencia, no como algunos que se despreocuparon de ella y naufragaron en la fe.