Bien saben, hermanos, que esa visita nuestra no fue en vano.
Acabábamos de ser muy maltratados e insultados en Filipos, pero, confiados en nuestro Dios, nos atrevimos a anunciarles el mensaje de Dios, enfrentando nuevas luchas.
Les dijimos verdades; no tenÃamos propósitos sucios y no hubo engaño. No.
Dios mismo nos ha examinado y nos ha encargado su evangelio, y por tanto nuestra predicación procura agradar, no a los hombres, sino a Dios, que penetra los corazones.
Nunca los halagamos con palabras bonitas, como ustedes saben; ni tampoco buscamos dinero, y esto lo sabe Dios.
Tampoco buscamos que la gente nos rindiera honores, fueran ustedes u otros,
Recuerden, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Mientras les predicábamos el Evangelio de Dios, trabajábamos noche y dÃa para no ser una carga para ninguno.
los animábamos y los urgÃamos a que llevasen una vida digna del Dios que los ha llamado a su propio Reino y gloria.
De ahà que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir de nosotros la enseñanza de Dios, la aceptaron, no como enseñanza de hombres, sino como Palabra de Dios. Porque eso es realmente y como tal actúa en ustedes los creyentes.
De hecho, hermanos, les tocó imitar a las Iglesias de Dios en Judea, Iglesias de Cristo Jesús, pues han sido perseguidos por sus compatriotas del mismo modo que ellos lo fueron por los judÃos.
Estos son los que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, y los que nos persiguen a nosotros. No agradan a Dios y se portan como enemigos de todos los hombres
al impedirnos hablar a los paganos para que se salven. Lo hacen todo para colmar la medida de sus pecados, pero la condenación está para caer sobre ellos.
Como hacÃa tiempo que nos veÃamos privados de su compañÃa, aunque no alejados de corazón, tenÃamos grandes deseos de verlos y buscábamos el medio.