Por eso, hermanos míos, a quienes tanto quiero y echo de menos, que son mi alegría y mi corona, sigan así firmes en el Señor, amadísimos.
Ruego a Evodia y también a Síntique, que trabajen juntas en el Señor.
Y a ti, Sícigo, verdadero compañero, te pido que las ayudes; no olvides que ellas lucharon conmigo por el Evangelio, lo mismo que Clemente y mis otros colaboradores, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.
Estén siempre alegres en el Señor;
se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada;
antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica.
Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos, fíjense en todo lo que encuentren de verdadero, noble, justo, limpio; en todo lo que es fraternal y hermoso; en todos los valores morales que merecen alabanza.
Pongan en práctica todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me han visto hacer, y el Dios de la paz estará con ustedes.
Sentí mucho gozo en el Señor al ver florecer en ustedes esa preocupación por mí. En realidad pensaban en mí, sólo que les faltaba una ocasión.
No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a arreglarme con lo que tengo.
Sé pasar privaciones y vivir en la abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo momento: a estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez.
Todo lo puedo en aquel que me fortalece.
Sin embargo, hicieron bien en compartir mis pruebas.
Filipenses, ustedes saben que en los principios de la evangelización, cuando me alejé de Macedonia, ninguna Iglesia me abrió una cuenta de gastos e ingresos excepto ustedes;
durante mi permanencia en Tesalónica me mandaron dos veces todo lo que necesitaba.
No es que yo busque regalos; más me interesa que la cuenta de ustedes vaya subiendo.
Por el momento tengo todo lo que necesito y más de lo que necesito. Tengo de sobra con lo que Epafrodito me entregó de parte de ustedes y que recibí como un sacrificio «que agrada a Dios y cuyo olor sube hasta él».
Mi Dios, a su vez, proveerá a todas sus necesidades, según su inmensa riqueza en Cristo Jesús.
Gloria a Dios, nuestro Padre, por los siglos de los siglos. Amén.
Saluden a los hermanos, como a santos en Cristo Jesús. Los saludan los hermanos que están conmigo.
Los saludan todos los hermanos de aquí, especialmente los del palacio del César.
La gracia de Cristo Jesús, el Señor, sea con su espíritu.