Pero ni siquiera obligaron a circuncidarse a Tito, que es griego, y estaba conmigo;
y esto a pesar de que habÃa intrusos, pues unos falsos hermanos se habÃan introducido para vigilar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y querÃan hacernos esclavos (de la Ley).
Pero nos negamos a ceder, aunque sólo fuera por un momento, a fin de que el Evangelio se mantenga entre ustedes en toda su verdad.
En cuanto a los dirigentes de más consideración (lo que hayan sido antes no me importa, pues Dios no se fija en la condición de las personas), no me pidieron que hiciera marcha atrás.
Por el contrario, reconocieron que a mà me habÃa sido encomendada la evangelización de los pueblos paganos, lo mismo que a Pedro le habÃa sido encargada la evangelización de los judÃos.
Nosotros somos judÃos de nacimiento; no pertenecemos a esos pueblos pecadores.
Sin embargo hemos reconocido que las personas no son justas como Dios las quiere por haber observado la Ley, sino por la fe en Cristo Jesús. Por eso hemos creÃdo en Cristo Jesús, para ser hechos justos a partir de la fe en Cristo Jesús, y no por las prácticas de la Ley. Porque el cumplimiento de la Ley no hará nunca de ningún mortal una persona justa según Dios.
Escogimos esta rectitud verdadera, propia de Cristo, y ¿estarÃamos ahora en pecado? Entonces Cristo tendrÃa parte en el pecado. ¡Esto no puede ser!
Pero miren: si echamos abajo algo y luego lo restablecemos, reconocemos que hemos actuado mal.
En cuanto a mÃ, la misma Ley me llevó a morir a la Ley a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo,
y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mÃ. Todo lo que vivo en lo humano lo vivo con la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mÃ.
Esta es para mà la manera de no despreciar el don de Dios; pues si la verdadera rectitud es fruto de la Ley, quiere decir que Cristo murió inútilmente.