Sabemos que si nuestra casa terrena o, mejor dicho, nuestra tienda de campaña, llega a desmontarse, Dios nos tiene reservado un edificio no levantado por mano de hombres, una casa para siempre en los cielos.
Eso mismo nos mantiene inquietos y anhelamos el dÃa en que nos pongan esa casa celestial por encima de la actual,
SÃ, mientras estamos bajo tiendas de campaña sentimos un peso y angustia: no querrÃamos que se nos quitase este vestido, sino que nos gustarÃa más que se nos pusiese el otro encima y que la verdadera vida se tragase todo lo que es mortal.
Ha sido Dios quien nos ha puesto en esta situación al darnos el EspÃritu como un anticipo de lo que hemos de recibir.
AsÃ, pues, nos sentimos seguros en cualquier circunstancia. Sabemos que vivir en el cuerpo es estar de viaje, lejos del Señor;
es el tiempo de la fe, no de la visión.
Por eso nos viene incluso el deseo de salir de este cuerpo para ir a vivir con el Señor.
Pero al final, sea que conservemos esta casa o la perdamos, lo que nos importa es agradar al Señor.
Pues todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno lo que ha merecido en la vida presente por sus obras buenas o malas.
No queremos recomendarnos de nuevo ante ustedes, sino que deseamos darles motivo para que se sientan orgullosos de nosotros y para que sepan responder a los que están tan orgullosos de cosas superficiales pero no de lo interior.
Si se nos pasó la mano, es por Dios; si hemos hablado con sensatez, es por ustedes.
Asà que nosotros no miramos ya a nadie con criterios humanos; aun en el caso de que hayamos conocido a Cristo personalmente, ahora debemos mirarlo de otra manera.
Toda persona que está en Cristo es una creación nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha llegado.