Vean, pues, en nosotros a servidores de Cristo y a administradores de las obras misteriosas de Dios.
Si somos administradores, entiendo que se nos exigirá cumplir.
Pero a mà no me importa lo más mÃnimo cómo me juzgan ustedes o cualquier autoridad humana. Y tampoco quiero juzgarme a mà mismo.
A pesar de que no veo nada que reprocharme, eso no basta para justificarme: el Señor me juzgará.
Por lo tanto, no juzguen antes de tiempo; esperen que venga el Señor. El sacará a la luz lo que ocultaban las tinieblas y pondrá en evidencia las intenciones secretas. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que se merece.
Con estas comparaciones, hermanos, me referÃa a Apolo y a mÃ. Aprendan a no valerse de uno a costa del otro para engreirse.
Porque me parece que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha colocado en el último lugar, como condenados a muerte; somos un espectáculo divertido para el mundo, para los ángeles y para los hombres.
Hasta el presente pasamos hambre, sed, frÃo; somos abofeteados, y nos mandan a otra parte.
Nos cansamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos; nos persiguen y lo soportamos todo.
Nos calumnian y confortamos a los demás. Ya no somos sino la basura del mundo y nos pueden tirar al basural.
No les escribo esto para avergonzarlos, sino para amonestarlos como a hijos muy queridos.
Pues aunque tuvieran diez mil monitores de vida cristiana, no pueden tener muchos padres, y he sido yo quien les transmitió la vida en Cristo Jesús por medio del Evangelio.
Por lo tanto les digo: sigan mi ejemplo.
Con este fin les envÃo a Timoteo, mi querido hijo, hombre digno de confianza en el Señor. El les recordará mis normas de vida cristiana, las mismas que enseño por todas partes y en todas las Iglesias.
A algunos de ustedes se les hinchó la cabeza pensando que yo no irÃa a visitarlos.