Les alabo porque me son fieles en todo y conservan las tradiciones tal como yo se las he transmitido.
Pero quiero recordarles que la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer es el varón, y la cabeza de Cristo es Dios.
Si un varón ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza.
En cambio, la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta falta al respeto a su cabeza; sería igual si se cortase el pelo al rape.
¿No quiere cubrirse el pelo? Que se lo corte al rape. ¿Que le da vergüenza andar con el pelo cortado al rape? Pues que se ponga el velo.
El varón no debe cubrirse la cabeza porque es imagen y reflejo de Dios, mientras que la mujer es reflejo del hombre.
El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón;
tampoco fue creado el varón con miras a la mujer, sino la mujer con miras al varón.
La mujer, pues, debe llevar sobre la cabeza el signo de su dependencia; de lo contrario, ¿qué pensarían los ángeles?
Bien es verdad que en el Señor ya no se puede hablar del varón sin la mujer, ni de la mujer sin el varón,
pues si Dios ha formado a la mujer del varón, éste a su vez nace de la mujer, y ambos vienen de Dios.
Juzguen ustedes mismos: ¿les parece decente que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?
El sentido común nos enseña que es vergonzoso para el hombre hacerse un peinado,
mientras que la mujer se siente orgullosa de su cabellera. Precisamente usa el peinado a modo de velo.
De todas maneras, si alguien desea discutir, sepa que ésa no es nuestra costumbre, ni tampoco lo es en las Iglesias de Dios.
Siguiendo con mis advertencias, no los puedo alabar por sus reuniones, pues son más para mal que para bien.
En primer lugar, según me dicen, cuando se reúnen como Iglesia, se notan divisiones entre ustedes, y en parte lo creo.
Incluso tendrá que haber partidos, para que así se vea con claridad con quién se puede contar.
Ustedes, pues, se reúnen, pero ya no es comer la Cena del Señor,
pues cada uno empieza sin más a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga.
¿No tienen sus casas para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y quieren avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Tendré que aprobarlos? En esto no.
Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido. El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan
y, después de dar gracias, lo partió diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»
De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.»
Fíjense bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que venga.
Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.
Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa.
El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo.
Y por esta razón varios de ustedes están enfermos y débiles y algunos han muerto.
Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados.
Pero si el Señor nos juzga, nos corrige, para que no seamos condenados con este mundo.
En resumen, hermanos, cuando se reúnan para la Cena, espérense unos a otros;
y si alguien tiene hambre, que coma en su casa. Pero no se reúnan para ponerse en mala situación. Lo demás ya lo dispondré cuando vaya.