AsÃ, en adelante, la perfección que buscaba la Ley, habÃa de realizarse en los que no andamos por los caminos de la carne, sino por los del EspÃritu.
Los que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que viven según el EspÃritu van a las cosas del espÃritu.
Pero no hay sino muerte en lo que ansÃa la carne, mientras que el espÃritu anhela vida y paz.
Los proyectos de la carne están en contra de Dios, pues la carne no se somete a la ley de Dios, y ni siquiera puede someterse.
Por eso los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Entonces, hermanos, no vivamos según la carne, pues no le debemos nada.
Si viven según la carne, necesariamente morirán; más bien den muerte a las obras del cuerpo mediante el espÃritu, y vivirán.
Todos aquellos a los que guÃa el EspÃritu de Dios son hijos e hijas de Dios.
Entonces no vuelvan al miedo; ustedes no recibieron un espÃritu de esclavos, sino el espÃritu propio de los hijos, que nos permite gritar: ¡Abba!, o sea: ¡Papá!
El EspÃritu asegura a nuestro espÃritu que somos hijos de Dios.
Estimo que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria que nos espera y que ha de manifestarse.
Algo entretiene la inquietud del universo, y es la esperanza de que los hijos e hijas de Dios se muestren como son.
Pues si la creación se ve obligada a no lograr algo duradero, esto no viene de ella misma, sino de aquel que le impuso este destino. Pero le queda la esperanza;
Y Aquel que penetra los secretos más Ãntimos entiende esas aspiraciones del EspÃritu, pues el EspÃritu quiere conseguir para los santos lo que es de Dios.