Y al instante Safira se desplomó a sus pies y murió. Cuando entraron los jóvenes la hallaron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido.
A consecuencia de esto, un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron hablar del hecho.
Por obra de los apóstoles se producÃan en el pueblo muchas señales milagrosas y prodigios. Los creyentes se reunÃan de común acuerdo en el pórtico de Salomón,
y nadie de los otros se atrevÃa a unirse a ellos, pero el pueblo los tenÃa en gran estima.
Más aún, cantidad de hombres y mujeres llegaban a creer en el Señor, aumentando asà su número.
La gente incluso sacaba a los enfermos a las calles y los colocaba en camas y camillas por donde iba a pasar Pedro, para que por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos.
«Vayan, hablen en el Templo y anuncien al pueblo el mensaje de vida.»
Entraron, pues, en el Templo al amanecer, y se pusieron a enseñar. Mientras tanto el sumo sacerdote y sus partidarios reunieron al SanedrÃn con todos los ancianos de Israel y enviaron a buscar a los prisioneros a la cárcel.
Pero cuando llegaron los guardias no los encontraron en la cárcel. Volvieron a dar la noticia y les dijeron:
«Hemos encontrado la cárcel perfectamente cerrada y a los centinelas fuera, en sus puestos, pero al abrir las puertas, no hemos encontrado a nadie dentro.»
Ellos escuchaban rechiñando los dientes de rabia y querÃan matarlos.
Entonces se levantó uno de ellos, un fariseo llamado Gamaliel, que era doctor de la Ley y persona muy estimada por todo el pueblo. Mandó que hicieran salir a aquellos hombres durante unos minutos,
y empezó a hablar asà al Consejo: «Colegas israelitas, no actúen a la ligera con estos hombres.
Recuerden que tiempo atrás se presentó un tal Teudas, que pretendÃa ser un gran personaje y al que se le unieron unos cuatrocientos hombres. Más tarde pereció, sus seguidores se dispersaron, y todo quedó en nada.