Cada uno de nosotros les oÃmos en nuestra propia lengua nativa.
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia,
de Frigia, Panfilia, Egipto y de la parte de Libia que limita con Cirene. Hay forasteros que vienen de Roma, unos judÃos y otros extranjeros, que aceptaron sus creencias,
cretenses y árabes. Y todos les oÃmos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.»
El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el DÃa grande del Señor.
Y todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.
Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen.
Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan que Dios tenÃa dispuesto.
Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte.
Escuchen lo que David decÃa a su respecto: Veo constantemente al Señor delante de mÃ; está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se alegra mi corazón y te alabo muy gozoso, y hasta mi cuerpo esperará en paz.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos ni permitirás que tu Santo experimente la corrupción.
Me has dado a conocer los caminos de la vida, me colmarás de gozo con tu presencia.
Hermanos, no voy a demostrarles que el patriarca David murió y fue sepultado: su tumba se encuentra entre nosotros hasta el dÃa de hoy.
Todos los dÃas se reunÃan en el Templo con entusiasmo, partÃan el pan en sus casas y compartÃan sus comidas con alegrÃa y con gran sencillez de corazón.
Alababan a Dios y se ganaban la simpatÃa de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada dÃa a la comunidad a los que querÃa salvar.