Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Efeso atravesando las regiones altas; encontró allà a algunos discÃpulos
y les preguntó: «¿Recibieron el EspÃritu Santo cuando abrazaron la fe?» Le contestaron: «Ni siquiera hemos oÃdo decir que se reciba el EspÃritu Santo.»
Al oÃr esto se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús,
y al imponerles Pablo las manos, el EspÃritu Santo bajó sobre ellos y empezaron a hablar lenguas y a profetizar.
Eran unos doce hombres.
Pablo entró en la sinagoga y durante tres meses les habló con convicción sobre el Reino de Dios, tratando de persuadirles.
Al ver que algunos, en vez de creer, se endurecÃan más y criticaban públicamente el camino, se separó de ellos. Tomaba aparte a sus discÃpulos y diariamente les enseñaba en la escuela de un tal Tirano, desde las once hasta las cuatro de la tarde.
Hizo esto durante dos años, de tal manera que todos los habitantes de la provincia de Asia, tanto judÃos como griegos, pudieron escuchar la Palabra del Señor.
Dios obraba prodigios extraordinarios por las manos de Pablo,
Incluso algunos judÃos ambulantes que echaban demonios, trataron de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenÃan espÃritus malos, diciendo: «Yo te ordeno en el nombre de ese Jesús a quien Pablo predica.»
Entre los que hacÃan esto estaban los hijos de un sacerdote judÃo, llamado Escevas. Un dÃa entraron en una casa y se atrevieron a hacer eso,
Y el hombre que tenÃa el espÃritu malo se lanzó sobre ellos, los sujetó a ambos y los maltrató de tal manera que huyeron de la casa desnudos y malheridos.
La noticia llegó a todos los habitantes de Efeso, tanto judÃos como griegos. Todos quedaron muy atemorizados, y el Nombre del Señor Jesús fue tenido en gran consideración.
Muchos de los que habÃan aceptado la fe venÃan a confesar y exponer todo lo que antes habÃan hecho.
No pocos de los que habÃan practicado la magia juntaron sus libros y los quemaron delante de todos. Calculado el precio de esos libros, se estimó en unas cincuenta mil monedas de plata.
De esta forma la Palabra de Dios manifestaba su poder, se extendÃa y se robustecÃa.
Este discurso despertó el furor de los oyentes y empezaron a gritar: «¡Grande es la Artemisa de los Efesios!»
El tumulto se propagó por toda la ciudad. La gente se precipitó al teatro arrastrando consigo a Gayo y Aristarco, dos macedonios, compañeros de viaje de Pablo.
Pablo querÃa enfrentarse con la muchedumbre, pero los discÃpulos no lo dejaron.
Incluso algunos consejeros, amigos suyos, de la provincia de Asia, le mandaron a decir que no se arriesgara a ir al teatro.
En cierto momento algunos hicieron salir de entre la gente a un tal Alejandro, a quien los judÃos empujaban adelante. QuerÃa justificarlos ante el pueblo y pidió silencio con la mano.
Pero cuando se dieron cuenta de que era judÃo, todos a una voz se pusieron a gritar, y durante casi dos horas sólo se oyó este grito: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!»