Llegaba el dÃa en que Herodes iba a hacerlo comparecer; aquella misma noche Pedro estaba durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, y otros guardias custodiaban la puerta de la cárcel.
Pasaron la primera y la segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió sola. Salieron y se metieron por un callejón, y de repente lo dejó el ángel.
Entonces Pedro volvió en sà y dijo: «Ahora no cabe duda: el Señor ha enviado su ángel para rescatarme de las manos de Herodes y de todo lo que proyectaban los judÃos contra mÃ.»
Les hizo señas con la mano pidiendo silencio, y les contó cómo el Señor lo habÃa sacado de la cárcel. En seguida les dijo: «Comuniquen esto a Santiago y a los hermanos.» Luego salió y se fue a otro lugar.
El dÃa señalado, Herodes, vestido con el manto real, se sentó en la tribuna y les dirigió la palabra.
Entonces el pueblo lo empezó a aclamar: «¡Esta es la voz de Dios, no de un hombre!»
Pero de repente lo hirió el ángel del Señor por no haber devuelto a Dios el honor, y empezó a llenarse de gusanos que lo comÃan, hasta que murió.
Mientras tanto la Palabra de Dios crecÃa y se difundÃa.