HabÃa allà un hombre que hacÃa treinta y ocho años que estaba enfermo.
Jesús lo vio tendido, y cuando se enteró del mucho tiempo que estaba allÃ, le dijo: «¿Quieres sanar?»
El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, y mientras yo trato de ir, ya se ha metido otro.»
Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
Al instante el hombre quedó sano, tomó su camilla y empezó a caminar. Pero aquel dÃa era sábado.
Por eso los judÃos dijeron al que acababa de ser curado: «Hoy es dÃa sábado, y la Ley no permite que lleves tu camilla a cuestas.»
El les contestó: «El que me sanó me dijo: Toma tu camilla y anda.»
Y los judÃos tenÃan más ganas todavÃa de matarle, porque además de quebrantar la ley del sábado, se hacÃa a sà mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre.
Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación.
Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; asà mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió.
Si yo hago de testigo en mi favor, mi testimonio no tendrá valor.
Yo les recuerdo esto para bien de ustedes, para que se salven, porque personalmente yo no me hago recomendar por hombres.
Juan era una antorcha que ardÃa e iluminaba, y ustedes por un tiempo se sintieron a gusto con su luz.
Pero yo tengo un testimonio que vale más que el de Juan: son las obras que el Padre me encomendó realizar. Estas obras que yo hago hablan por mà y muestran que el Padre me ha enviado.