Le replicaron: «Maestro, hace poco querÃan apedrearte los judÃos, ¿y tú quieres volver allá?»
Jesús les contestó: «No hay jornada mientras no se han cumplido las doce horas. El que camina de dÃa no tropezará, porque ve la luz de este mundo;
Jesús no habÃa entrado aún en el pueblo, sino que seguÃa en el mismo lugar donde Marta lo habÃa encontrado.
Los judÃos que estaban con MarÃa en la casa consolándola, al ver que se levantaba a prisa y salÃa, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron.
Al llegar MarÃa a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquÃ, mi hermano no habrÃa muerto.»
Al ver Jesús el llanto de MarÃa y de todos los judÃos que estaban con ella, su espÃritu se conmovió profundamente y se turbó.
Y preguntó: «¿Dónde lo han puesto?» Le contestaron: «Señor, ven a ver.»
Entonces habló uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, y dijo: «Ustedes no entienden nada.
No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación.»
Estas palabras de Caifás no venÃan de sà mismo, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó en aquel momento; Jesús iba a morir por la nación;
Jesús ya no podÃa moverse libremente como querÃa entre los judÃos. Se retiró, pues, a la región cercana al desierto y se quedó con sus discÃpulos en una ciudad llamada EfraÃn.
Pues los jefes de los sacerdotes y los fariseos habÃan dado órdenes, y si alguien sabÃa dónde se encontraba Jesús, debÃa notificarlo para que fuera arrestado.