Cuando el AltÃsimo dio a cada pueblo su tierra, cuando repartió a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos según el número de los Hijos de Dios.
Lo estableció en las tierras altas, lo alimentó de los frutos del campo, le dio a gustar la miel de una peña que sale como aceite del hueco de la roca,
la crema de la vaca y la leche de las ovejas. la grasa de los corderos, y la flor de los granos de trigo. tuvo por bebida el jugo de la uva.
Comió el Regalón y se sació, engordó Israel y dio coces, rechazó a Dios, que lo formó, despreció a su Roca, que lo salvó.
Despertaron sus celos con dioses ajenos, lo irritaron con sus Ãdolos.
Y les dirá: ¿Dónde están sus dioses, la roca en la que buscaban su refugio,
los que comÃan la grasa de sus sacrificios y bebÃan el vino de sus ofrendas? ¡Que se levanten y los salven a ustedes!, ¡sean ellos su amparo y refugio!
Vean ahora que Yo, sólo Yo soy, y que no hay más Dios que yo. Yo doy la muerte y la vida, yo hiero, y soy yo mismo el que sano, y no hay quien se libre de mi mano.
SÃ, yo alzo al cielo mi mano y digo: «Tan cierto como vivo yo para siempre,
«Sube a los cerros de los Abarim, en el paÃs de Moab, frente a Jericó, y contempla la tierra de Canaán que yo doy a los hijos de Israel. Morirás en el cerro al que vas a subir,
y te reunirás con tus padres, igual que tu hermano Aarón, que murió en el cerro de Hor y fue a reunirse con los suyos.
Bien sabes que han desconfiado de mà en las aguas de Meribá, en el desierto de Zin, cuando no me proclamaron frente al pueblo.
Por eso no entrarás en la Tierra; sólo la contemplarás de lejos.»