Al ver el diablo que habÃa agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús, a la espera de otra oportunidad.
Jesús volvió a Galilea con el poder del EspÃritu, y su fama corrió por toda aquella región.
Enseñaba en las sinagogas de los judÃos y todos lo alababan.
Llegó a Nazaret, donde se habÃa criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura,
y le pasaron el libro del profeta IsaÃas. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito:
El EspÃritu del Señor está sobre mÃ. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos
Y Jesús añadió: «Ningún profeta es bien recibido en su patria.
En verdad les digo que habÃa muchas viudas en Israel en tiempos de ElÃas, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y un gran hambre asoló a todo el paÃs.
Sin embargo ElÃas no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón.
Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras;
se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allÃ.
Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino.
Jesús bajó a Cafarnaún, pueblo de Galilea. Enseñaba a la gente en las reuniones de los sábados,
y su enseñanza hacÃa gran impacto sobre la gente, porque hablaba con autoridad.
Se hallaba en la sinagoga un hombre endemoniado, y empezó a gritar: