Behold, what manner of love the Father hath bestowed upon us, that we should be called the sons of God: therefore the world knoweth us not, because it knew him not.
Se acercaba la fiesta de los Panes sin Levadura, llamada también fiesta de la Pascua.
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley no encontraban la manera de hacer desaparecer a Jesús, pues tenían miedo del pueblo.
Pero Satanás entró en Judas, por sobrenombre Iscariote, que era uno de los Doce,
y fue a tratar con los jefes de los sacerdotes y con los jefes de la policía del Templo sobre el modo de entregarles a Jesús.
Ellos se alegraron y acordaron darle una cantidad de dinero.
Judas aceptó el trato y desde entonces buscaba una oportunidad para entregarlo cuando no estuviera el pueblo.
Llegó el día de la fiesta de los Panes sin Levadura, en que se debía sacrificar el cordero de Pascua.
Jesús, por su parte, envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: «Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la Cena de Pascua.»
Le preguntaron: «¿Dónde quieres que la preparemos?»
Jesús les contestó: «Cuando entren en la ciudad, encontrarán a un hombre que lleva un jarro de agua.
Síganlo hasta la casa donde entre y digan al dueño de la casa: El Maestro manda a decirte: ¿Dónde está la pieza en que comeré la Pascua con mis discípulos?
El les mostrará una sala grande y amueblada en el piso superior. Preparen allí lo necesario.»
Se fueron, pues, y hallaron todo tal como Jesús les había dicho; y prepararon la Pascua.
Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los apóstoles
y les dijo: «Yo tenía gran deseo de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer.
Porque, se lo digo, ya no la volveré a comer hasta que sea la nueva y perfecta Pascua en el Reino de Dios.»
Jesús recibió una copa, dio gracias y les dijo: «Tomen esto y repártanlo entre ustedes,
porque les aseguro que ya no volveré a beber del jugo de la uva hasta que llegue el Reino de Dios.»
Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. (Hagan esto en memoria mía.»
Hizo lo mismo con la copa después de cenar, diciendo: «Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por ustedes»).
Sepan que la mano del que me traiciona está aquí conmigo sobre la mesa.
El Hijo del Hombre se va por el camino trazado desde antes. Pero ¡pobre del hombre que lo entrega!»
Entonces empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos iba a hacer tal cosa.
Luego comenzaron a discutir sobre quién de ellos era el más importante.
Jesús les dijo: «Los reyes de las naciones las gobiernan como dueños, y los mismos que las oprimen se hacen llamar bienhechores.
Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el más importante entre ustedes debe portarse como si fuera el último, y el que manda, como si fuera el que sirve.
Porque ¿quién es más importante: el que está a la mesa o el que está sirviendo? El que está sentado, por supuesto. Y sin embargo yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ustedes son los que han permanecido conmigo, compartiendo mis pruebas.
Por eso les doy autoridad como mi Padre me la dio a mí haciéndome rey.
Ustedes comerán y beberán a mi mesa en mi Reino, y se sentarán en tronos para gobernar a las doce tribus de Israel.
¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos a ustedes como trigo que se limpia;
pero yo he rogado por ti para que tu fe no se venga abajo. Y tú, cuando hayas vuelto, tendrás que fortalecer a tus hermanos.»
Pedro dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la prisión y a la muerte.»
Pero Jesús le respondió: «Yo lo digo, Pedro, que antes de que cante hoy el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.»
Jesús también les dijo: «Cuando les envié sin cartera ni equipaje ni calzado, ¿les faltó algo?» Ellos contestaron: «Nada.»
Y Jesús agregó: «Pues ahora, el que tenga cartera, que la tome, y lo mismo el equipaje. Y el que no tenga espada, que venda el manto para comprarse una.
Pues les aseguro que tiene que cumplirse en mi persona lo que dice la Escritura: Ha sido contado entre los delincuentes. Ahora bien, todo lo que se refiere a mí está llegando a su fin.»
Ellos le dijeron: «Mira, Señor, aquí hay dos espadas.» El les respondió: «¡Basta ya!»
Después Jesús salió y se fue, como era su costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron también sus discípulos.
Llegados al lugar, les dijo: «Oren para que no caigan en tentación.»
Después se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, y doblando las rodillas oraba
coon estas palabras: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
(Entonces se le apareció un ángel del cielo para animarlo.
Entró en agonía y oraba con mayor insistencia. Su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían hasta el suelo.)
Después de orar, se levantó y fue hacia donde estaban los discípulos. Pero los halló dormidos, abatidos por la tristeza.
Les dijo: «¿Ustedes duermen? Levántense y oren para que no caigan en tentación.»
Todavía estaba hablando cuando llegó un grupo encabezado por Judas, uno de los Doce. Como se acercaba a Jesús para darle un beso,
Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?»
Los que estaban con Jesús vieron lo que iba a pasar y le preguntaron: «Maestro, ¿sacamos la espada?»
Y uno de ellos hirió al servidor del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha.
Pero Jesús le dijo: «¡Basta ya!» Y tocando la oreja del hombre, lo sanó.
Jesús se dirigió después a los que habían venido a tomarlo preso, a los jefes de los sacerdotes, de la policía del Templo y de los judíos y les dijo: «Tal vez buscan a un ladrón, y por eso han venido a detenerme con espadas y palos.
¿Por qué no me detuvieron cuando día tras día estaba entre ustedes en el Templo? Pero ahora reinan las tinieblas, y es la hora de ustedes.»
Entonces lo apresaron y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote, donde entraron; Pedro los seguía a distancia.
Prendieron un fuego en medio del patio y luego se sentaron alrededor; Pedro también se acercó y se sentó entre ellos.
Como estaba ahí sentado en la claridad del fuego, una muchachita de la casa lo vio y, después de mirarlo, dijo: «Este también estaba con él»
Pero él lo negó diciendo: «Mujer, yo no lo conozco.»
Momentos después otro exclamó al verlo: «Tú también eres uno de ellos.» Pero Pedro respondió: «No, hombre, no lo soy.»
Como una hora más tarde, otro afirmaba: «Seguramente éste estaba con él, pues además es galileo.»
De nuevo Pedro lo negó diciendo: «Amigo, no sé de qué hablas.» Todavía estaba hablando cuando un gallo cantó.
El Señor se volvió y fijó la mirada en Pedro. Y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.»
Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Los hombres que custodiaban a Jesús empezaron a burlarse de él y a darle golpes.
Le cubrieron la cara, y después le preguntaban: «Adivina quién te pegó.»
Y proferían toda clase de insultos contra él.
Cuando amaneció, se reunieron los jefes de los judíos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, y mandaron traer a Jesús ante su Consejo.
Le interrogaron: «¿Eres tú el Cristo? Respóndenos». Jesús respondió: «Si se lo digo, ustedes no me creerán,
y si les hago alguna pregunta, ustedes no me contestarán.
Desde ahora, sin embargo, el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha del Dios Poderoso.»
Todos dijeron: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Jesús contestó: «Dicen bien, yo soy.»
Ellos dijeron: «¿Para qué buscar otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.»