Jesús les dijo: «Los reyes de las naciones las gobiernan como dueños, y los mismos que las oprimen se hacen llamar bienhechores.
Pero no será asà entre ustedes. Al contrario, el más importante entre ustedes debe portarse como si fuera el último, y el que manda, como si fuera el que sirve.
Y Jesús agregó: «Pues ahora, el que tenga cartera, que la tome, y lo mismo el equipaje. Y el que no tenga espada, que venda el manto para comprarse una.
Pues les aseguro que tiene que cumplirse en mi persona lo que dice la Escritura: Ha sido contado entre los delincuentes. Ahora bien, todo lo que se refiere a mà está llegando a su fin.»
Ellos le dijeron: «Mira, Señor, aquà hay dos espadas.» El les respondió: «¡Basta ya!»
El Señor se volvió y fijó la mirada en Pedro. Y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le habÃa dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.»
Cuando amaneció, se reunieron los jefes de los judÃos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, y mandaron traer a Jesús ante su Consejo.
Le interrogaron: «¿Eres tú el Cristo? Respóndenos». Jesús respondió: «Si se lo digo, ustedes no me creerán,
y si les hago alguna pregunta, ustedes no me contestarán.
Desde ahora, sin embargo, el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha del Dios Poderoso.»
Todos dijeron: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Jesús contestó: «Dicen bien, yo soy.»