Uno de esos dÃas en que Jesús enseñaba en el Templo anunciando la Buena Nueva al pueblo, se acercaron los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley con algunos jefes de los judÃos, y le dijeron:
En el momento oportuno envió a un servidor a los inquilinos para que le entregaran su parte del fruto de la viña. Pero los inquilinos lo golpearon y lo hicieron volver con las manos vacÃas.
El que caiga sobre esta piedra se hará pedazos, y al que le caiga encima quedará aplastado?»
Los maestros de la Ley y los jefes de los sacerdotes hubieran querido detenerlo en ese momento, pues habÃan entendido muy bien que esta parábola de Jesús aludÃa a ellos, pero tuvieron miedo de la multitud.
Entonces empezaron a seguir a Jesús de cerca; le enviaron unos espÃas que fingieron buena fe para aprovecharse de sus palabras y poder asà entregarlo al gobernador y su justicia.
Le preguntaron: «Maestro, sabemos que hablas y enseñas con rectitud, que no te dejas influenciar por nadie, sino que enseñas con absoluta franqueza el camino de Dios.
«CuÃdense de esos maestros de la Ley a los que les gusta llevar largas vestiduras, y ser saludados en las plazas, y ocupar los puestos reservados en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes.
Se introducen con sus largas oraciones, y luego devoran los bienes de las viudas. Esos tendrán una sentencia muy rigurosa.»