Cuando volvió, habÃa sido nombrado rey. Mandó, pues, llamar a aquellos servidores a quienes les habÃa entregado el dinero, para ver cuánto habÃa ganado cada uno.
Se presentó el primero y dijo: «Señor, tu moneda ha producido diez más.»
Le contestó: «Está bien, servidor bueno; ya que fuiste fiel en cosas muy pequeñas, ahora te confÃo el gobierno de diez ciudades.»
Vino el segundo y le dijo: «Señor, tu moneda ha producido otras cinco más.»
Llegó el tercero y dijo: «Señor, aquà tienes tu moneda. La he guardado envuelta en un pañuelo
porque tuve miedo de ti. Yo sabÃa que eres un hombre muy exigente: reclamas lo que no has depositado y cosechas lo que no has sembrado.»
Le contestó el rey: «Por tus propias palabras te juzgo, servidor inútil. Si tú sabÃas que soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he depositado y cosecho lo que no he sembrado,
Trajeron entonces el burrito y le echaron sus capas encima para que Jesús se montara.
La gente extendÃa sus mantos sobre el camino a medida que iba avanzando.
Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discÃpulos comenzó a alabar a Dios a gritos, con gran alegrÃa, por todos los milagros que habÃan visto.
DecÃan: «¡Bendito el que viene como Rey, en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo más alto de los cielos!»
Algunos fariseos que se encontraban entre la gente dijeron a Jesús: «Maestro, reprende a tus discÃpulos.»
y dijo: «¡Si al menos en este dÃa tú conocieras los caminos de la paz! Pero son cosas que tus ojos no pueden ver todavÃa.
Vendrán dÃas sobre ti en que tus enemigos te cercarán de trincheras, te atacarán y te oprimirán por todos los lados.
Te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has reconocido el tiempo ni la visita de tu Dios.»