Los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle.
Por esto los fariseos y los maestros de la Ley lo criticaban entre sÃ: «Este hombre da buena acogida a los pecadores y come con ellos.»
Entonces Jesús les dijo esta parábola:
«Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió, hasta que la encuentra?
Y cuando la encuentra se la carga muy feliz sobre los hombros,
Yo les digo que de igual modo habrá más alegrÃa en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
Y si una mujer pierde una moneda de las diez que tiene, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra?
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados.»
Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó.
Entonces el hijo le habló: «Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.»
Pero el padre dijo a sus servidores: «¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies.
Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta,
porque este hijo mÃo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y comenzaron la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la orquesta y el baile.