Con toda seguridad Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que ustedes en el dÃa del juicio.
Y tú, Cafarnaún, ¿crees que te elevarás hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el lugar de los muertos.
Quien les escucha a ustedes, me escucha a mÃ; quien les rechaza a ustedes, me rechaza a mÃ; y el que me rechaza a mÃ, rechaza al que me ha enviado.»
Los setenta y dos discÃpulos volvieron muy contentos, diciendo: «Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre.»
Jesús les dijo: «Yo veÃa a Satanás caer del cielo como un rayo.
Miren que les he dado autoridad para pisotear serpientes y escorpiones y poder sobre toda fuerza enemiga: no habrá arma que les haga daño a ustedes.
En ese momento Jesús se llenó del gozo del EspÃritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeñitos. SÃ, Padre, pues tal ha sido tu voluntad.
El hombre contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Jesús le dijo: «¡Excelente respuesta! Haz eso y vivirás.»
Siguiendo su camino, entraron en un pueblo, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa.
TenÃa una hermana llamada MarÃa, que se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra.
Mientras tanto Marta estaba absorbida por los muchos quehaceres de la casa. A cierto punto Marta se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender? Dile que me ayude.»
Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas:
una sola es necesaria. MarÃa ha elegido la mejor parte, que no le será quitada.»