Pero no es más que el carpintero, el hijo de MarÃa; es un hermano de Santiago, de Joset, de Judas y Simón. ¿Y sus hermanas no están aquà entre nosotros?» Se escandalizaban y no lo reconocÃan.
Jesús les dijo: «Si hay un lugar donde un profeta es despreciado, es en su tierra, entre su parentela y en su propia familia.»
Y si en algún lugar no los reciben ni los escuchan, no se alejen de allà sin haber sacudido el polvo de sus pies: con esto darán testimonio contra ellos.»
Fueron, pues, a predicar, invitando a la conversión.
Otros decÃan: «Es ElÃas», y otros: «Es un profeta como los antiguos profetas».
Herodes, por su parte, pensaba: «Debe de ser Juan, al que le hice cortar la cabeza, que ha resucitado.»
En efecto, Herodes habÃa mandado tomar preso a Juan y lo habÃa encadenado en la cárcel por el asunto de HerodÃas, mujer de su hermano Filipo, con la que se habÃa casado.
Pues Juan le decÃa: «No te está permitido tener a la mujer de tu hermano.»
HerodÃas lo odiaba y querÃa matarlo, pero no podÃa,
pues Herodes veÃa que Juan era un hombre justo y santo, y le tenÃa respeto. Por eso lo protegÃa, y lo escuchaba con gusto, aunque quedaba muy perplejo al oÃrlo.
HerodÃas tuvo su oportunidad cuando Herodes, el dÃa de su cumpleaños, dio un banquete a sus nobles, a sus oficiales y a los personajes principales de Galilea.
Cuando la noticia llegó a los discÃpulos de Juan, vinieron a recoger el cuerpo y lo enterraron.
Al volver los apóstoles a donde estaba Jesús, le contaron todo lo que habÃan hecho y enseñado.
Jesús les dijo: «Vámonos aparte, a un lugar retirado, y descansarán un poco.» Porque eran tantos los que iban y venÃan que no les quedaba tiempo ni para comer.
Y se fueron solos en una barca a un lugar despoblado.
Pero la gente vio cómo se iban, y muchos cayeron en la cuenta; y se dirigieron allá a pie. De todos los pueblos la gente se fue corriendo y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio toda aquella gente, y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles largamente.
Se habÃa hecho tarde. Los discÃpulos se le acercaron y le dijeron: «Estamos en un lugar despoblado y ya se ha hecho tarde;
despide a la gente para que vayan a las aldeas y a los pueblos más cercanos y se compren algo de comer.»
Jesús les contestó: «Denles ustedes de comer.» Ellos dijeron: «¿Y quieres que vayamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para dárselo?»
Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.» Volvieron y le dijeron: «Hay cinco, y además hay dos pescados.»
Entonces les dijo que hicieran sentar a la gente en grupos sobre el pasto verde.
Se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta.
Tomó Jesús los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discÃpulos para que se los sirvieran a la gente. Asimismo repartió los dos pescados entre todos.
Comieron todos hasta saciarse;
incluso se llenaron doce canastos con los pedazos de pan, sin contar lo que sobró de los pescados.
Los que habÃan comido eran unos cinco mil hombres.
Jesús despidió, pues, a la gente, y luego se fue al cerro a orar.
Al anochecer, la barca estaba en medio del lago y Jesús se habÃa quedado solo en tierra.
Jesús vio que sus discÃpulos iban agotados de tanto remar, pues el viento les era contrario, y antes de que terminara la noche fue hacia ellos caminando sobre el mar, como si quisiera pasar de largo.
Al verlo caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
pues todos estaban asustados al verlo asÃ. Pero Jesús les habló: «Animo, no teman, que soy yo.»
Y subió a la barca con ellos. De inmediato se calmó el viento, con lo cual quedaron muy asombrados.
Pues no habÃan entendido lo que habÃa pasado con los panes, tenÃan la mente cerrada.
Terminada la travesÃa, llegaron a Genesaret y amarraron allà la barca.
y en todos los lugares adonde iba, pueblos, ciudades o aldeas, ponÃan a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejara tocar al menos el fleco de su manto. Y todos los que lo tocaban quedaban sanos.