Otro día entró Jesús en la sinagoga y se encontró con un hombre que tenía la mano paralizada.
Pero algunos estaban observando para ver si lo sanaba Jesús en día sábado. Con esto tendrían motivo para acusarlo.
Jesús dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Ponte de pie y colócate aquí en medio.»,
Después les preguntó: «¿Qué nos permite la Ley hacer en día sábado? ¿Hacer el bien o hacer daño? ¿Salvar una vida o matar?» Pero ellos se quedaron callados.
Entonces Jesús paseó sobre ellos su mirada, enojado y muy apenado por su ceguera, y dijo al hombre: «Extiende la mano.» El paralítico la extendió y su mano quedó sana.
En cuanto a los fariseos, apenas salieron, fueron a juntarse con los partidarios de Herodes, buscando con ellos la forma de eliminar a Jesús. (Mt 12,15; Lc 6,17)
Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del lago y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea,
de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán y de las tierras de Tiro y de Sidón, muchísima gente venía a verlo con sólo oír todo lo que hacía.
Jesús mandó a sus discípulos que tuvieran lista una barca, para que toda aquella gente no lo atropellase.
Pues al verlo sanar a tantos, todas las personas que sufrían de algún mal se le echaban encima para tocarlo.
Incluso los espíritus malos, apenas lo veían, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él no quería que lo dieran a conocer, y los hacía callar,.
Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso, y se reunieron con él.
Así instituyó a los Doce (a los que llamó también apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar,
dándoles poder para echar demonios.
Estos son los Doce: Simón, a quien puso por nombre Pedro;
Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno;
Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo,
y Judas Iscariote, el que después lo traicionó.
Vuelto a casa, se juntó otra vez tanta gente que ni siquiera podían comer.
Al enterarse sus parientes de todo lo anterior, fueron a buscarlo para llevárselo, pues decían: «Se ha vuelto loco.»
Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebú, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios.»
Jesús les pidió que se acercaran y empezó a enseñarles por medio de ejemplos:
«¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie.
Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir.
De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin.
La verdad es que nadie puede entrar en la casa del Fuerte y arrebatarle sus cosas si no lo amarra primero; entonces podrá saquear su casa.
En verdad les digo: Se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean.
En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará.»
Y justamente ése era su pecado cuando decían: Está poseído por un espíritu malo.
Entonces llegaron su madre y sus hermanos, se quedaron afuera y lo mandaron a llamar.
Como era mucha la gente sentada en torno a Jesús, le transmitieron este recado: «Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y preguntan por ti.»
Él les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?»
Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre.»