El día cuatro del noveno mes del cuarto año de reinado del rey Darío, Yavé volvió a hablar a Zacarías.
La ciudad de Betel había enviado una delegación presidida por Saresa y Reguem-Melec para que presentaran a Yavé sus súplicas
e hicieran a los sacerdotes de su Templo y a los profetas esta consulta: «¿Debemos continuar con ayunos y penitencias en el mes de julio, como hasta ahora lo hemos hecho?»
Entonces me llegó una palabra de Yavé de los Ejércitos:
«Esto es lo que dirás a todos residentes del país y a los sacerdotes: Cuando ustedes han ayunado y llorado en julio y en septiembre, durante setenta años, ¿lo han hecho realmente por mí?
Si ustedes quieren comer y beber, que lo decidan ustedes mismos.
¿Acaso ya se olvidaron de lo que decía Yavé por medio de los antiguos profetas cuando la gente vivía tranquila en Jerusalén y sus pueblos vecinos y los desiertos de Negueb y la Sefela estaban poblados?(8)
Pues bien, esto es lo que Yavé decía por sus profetas: Tomen decisiones justas, actúen con sinceridad, sean compasivos con sus hermanos.
No opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre; no anden pensando cómo hacerle el mal a otro.
Pero ellos no quisieron que les hablara, me volvieron la espalda y se tapaban los oídos para no escucharme;
endurecieron el corazón como el diamante. Rechazaron la Ley y los mensajes que Yavé de los Ejércitos les mandaba por medio de los antiguos profetas, a los cuales inspiraba. Yavé se enojó mucho con esto,
y se les dijo: Si ustedes no le hacen caso cuando él los llama, también usstedes gritarán sin que él los atienda.
Por esta razón los dispersé entre naciones desconocidas para ellos y a sus espaldas dejaron un país desolado y sin alma viviente. Por culpa de ellos un país fértil se convirtió en un desierto.