Ya corren por los montes los pies del mensajero, del que anuncia la paz. ¡Celebra tus fiestas, oh Judá, cumple tus votos! Porque no volverá a pasar por ti el bandido: ha sido extirpado totalmente.
Yavé ha restablecido la gloria de Jacob, la gloria de Israel. Los devastadores han sido devastados y destruidos sus sarmientos.
Monta guardia en el muro. Vigila el camino y prepárate para el asalto, porque viene contra ti el destructor.
Sus valientes llevan el escudo rojo, sus guerreros están vestidos de púrpura. Los carros alistados brillan como antorchas y sus hombres llevan el casco.
Se lanzan a las calles y corren por las plazas, como antorchas encendidas, como relámpagos.
Se les oponen los más valientes, pero en vano. Corren hacia la muralla y se coloca la pared de defensa.
Las puertas son forzadas, se rompen y en el palacio es la derrota.
La diosa es sacada afuera y va al exilio, y sus siervas lloran y gimen como palomas, y se dan golpes en el pecho.
Nínive parece un estanque de aguas; pero de aguas que se van, todos huyen. Nadie vuelve cuando se le grita: «Detente».
«Roben la plata y saqueen el oro», pues son innumerables los tesoros, verdaderos montones de objetos preciosos.
¡Destrozo, saqueo, devastación! Los corazones desfallecen, tiemblan las rodillas, los más valientes se desconciertan, y palidecen los rostros.
¿Dónde está la cueva de los leones, guarida de sus cachorros, donde iban a llevar sus crías sin que nadie los molestara?
El león desgarraba para sus cachorros; mataba para sus leonas y llenaba sus guaridas de presas y de carne despedazada.
Pero aquí estoy yo contra ti, dice Yavé Sebaot: yo convertiré en cenizas tus carros, y la espada acabará contus cachorros. La tierra no verá más tus cazas, y no se oirá más el grito de tus mensajeros.