Escuchen esto, sacerdotes; estén atentos, jefes de Israel; presten atención los de la casa del rey, pues esta sentencia es para ustedes: Han sido como un lazo de cazador en Mispá y como una red tendida en el Tabor. Yo los voy a castigar a todos porque se han hundido hasta el cuello en la corrupción.
Sé quién es Efraím y no me es desconocido Israel.
Tú, Efraím, te has entregado; tú, Israel, te has ensuciado.
Sus faltas les impiden volver a su Dios, un espíritu de prostitución se ha hecho dueño de ellos y ya no conocen a Yavé.
El orgullo de Israel lo condena. Israël y Efraím están en crisis a causa de su pecado.
Con sus ovejas y sus bueyes irán en busca de Yavé, pero no lo encontrarán porque se ha alejado de ellos.
Han traicionado a Yavé y sus hijos son ilegítimos: ¡que el destructor los devore junto con sus campos!
Toquen el cuerno en Gueba, la trompeta en Rama. Den la alarma en Betaven, la voz de alerta en Benjamín. Ténganlo por seguro, tribus de Israel,
que cuando llegue su hora, Efraím será destruido.
Como los reyes de Judá han tratado de ensanchar sus dominios, mi furor los va a llevar como un torrente.
Efraím es un opresor y dicta sentencias injustas, pues se deja llevar por las apariencias.
Pues bien, yo seré como polilla para Efraím y como carcoma para la gente de Judá. Efraím sabe que está enfermo,
y Judá, que tiene úlceras. Por eso Efraím ha ido a Asiria y ha mandado mensajeros al gran rey, pero éste no podrá sanarlos ni curarles sus llagas.
Yo seré como un león para Efraím, y como un cachorro para la gente de Judá. Yo, sí, yo mismo lanzaré un zarpazo y huiré, me llevaré mi presa y nadie me la podrá quitar.
Volveré a mi casa hasta que se reconozcan culpables y vengan a verme. En su angustia me buscarán: