Aquel año habÃan sido nombrados jueces dos ancianos escogidos entre el pueblo. En ellos se verificó lo que dijo el Señor: «La corrupción ha salido de Babilonia, de los ancianos que hacÃan de jueces y que parecÃan guiar al pueblo».
Estos dos ancianos venÃan a menudo a casa de JoaquÃn, y todos los que tenÃan algún pleito se dirigÃan a ellos.
Cuando a mediodÃa ya todo el mundo se habÃa retirado, Susana iba a pasear por el jardÃn de su marido.
Los dos ancianos, que la veÃan ir a pasear todos los dÃas, empezaron a desearla.
Perdieron la cabeza, dejando de mirar al Cielo y olvidando sus justos juicios
Los dos estaban apasionados de ella, pero sin manifestarse el uno al otro su pasión
porque tenÃan vergüenza de descubrir el deseo que tenÃan de pecar con ella
Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo en el mismo sitio. Entonces se preguntaron el uno al otro el motivo, se confesaron su pasión y decidieron buscar el momento en que pudieran sorprender a Susana a solas
Mientras estaban esperando la ocasión favorable, Susana entró un dÃa en el jardÃn, como los dÃas anteriores, acompañada solamente de las sirvientas jóvenes, y como hacÃa calor, quiso bañarse en el jardÃn.
Allà no habÃa nadie excepto los dos ancianos que estaban espiando escondidos.
Susana dijo a sus criadas: «Tráiganme jabón y perfume y cierren las puertas del jardÃn para poder bañarme.»
Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardÃn y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana habÃa pedido. No sabÃan que los ancianos estaban escondidos
En cuanto salieron las sirvientas, los dos ancianos se levantaron y fueron corriendo donde ella.
Y cuando los ancianos contaron su historia, los sirvientes se sintieron muy avergonzados, porque jamás se habÃa dicho de Susana cosa semejante
A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de JoaquÃn, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos perversos contra Susana, para hacerla condenar a muerte.
Y dijeron en presencia del pueblo: «Manden a buscar a Susana, hija de JilquÃas, la esposa de JoaquÃn.»
La mandaron a buscar. Y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes.
Susana era muy fina y de gran belleza.
TenÃa puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron quitárselo para saciarse de su hermosura.
El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan torpes son, hijos de Israel, que condenan sin averiguación y sin evidencia a una hija de nuestro pueblo?
Todo el pueblo se apuró en volver allá y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte con nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la sabidurÃa de los ancianos.
Una vez que los separaron, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la maldad, ahora vas a pagar los crÃmenes de tu vida pasada.
Tú dictabas sentencias injustas, condenabas a los inocentes y absolvÃas a los culpables, cuando el Señor ha dicho: «No harás morir al inocente justo».
JilquÃas y su esposa dieron gracias a Dios por su hija Susana, lo mismo que su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se habÃa hallado en ella.
Y desde aquel dÃa en adelante, Daniel fue grande a los ojos del pueblo.