Behold, what manner of love the Father hath bestowed upon us, that we should be called the sons of God: therefore the world knoweth us not, because it knew him not.
Me dijo: "Hijo de hombre, come lo que te presento, cómelo y luego anda a hablarle a la casa de Israel."
Abrí la boca para que me hiciera comer ese rollo,
y me dijo: "Hijo de hombre, come ahora y llena tu estómago con este rollo que te doy". Lo comí pues, y en mi boca era dulce como la miel.
Me dijo: "Hijo de hombre, anda a la casa de Israel y diles mis palabras.
No te envío a un pueblo extranjero cuya lengua te sería difícil, sino a la casa de Israel.
Si te enviara donde muchedumbres extranjeras, cuyo hablar es oscuro y cuya lengua es difícil, la cual no comprenderías, podrían tal vez escucharte.
Pero la casa de Israel no querrá escucharte, porque no quiere escucharme; todos tienen la cabeza dura y el corazón obstinado.
Por eso he vuelto tu cara tan dura como la de ellos, y tu frente tan dura como la de ellos.
Haré de tu frente un diamante, más duro que la roca; no les temerás, no tendrás miedo de ellos, porque son sólo una raza de rebeldes".
Me dijo: "Hijo de hombre, recibe en tu corazón, escucha con tus oídos todas las palabras que te voy a decir;
luego anda, vuélvete donde los desterrados, donde la gente de tu pueblo. Les hablarás y les dirás: ¡Así habla Yavé...! te escuchen o no".
Entonces el espíritu me levantó mientras oía detrás de mí una formidable aclamación: "¡Bendita sea la Gloria de Yavé en todo lugar!"
Oí el batir de las alas de los seres unas contra otras, oí también el ruido de las ruedas: todo era un enorme estruendo.
El espíritu me había levantado, me había arrebatado. Quedé lleno de amargura, con el espíritu afiebrado, porque la mano de Yavé pesaba fuertemente sobre mí.
Cuando llegué a Tel Aviv, donde estaban los desterrados a orillas del río Quebar, permanecí siete días como atontado en medio de ellos.
Al cabo de esos siete días se me dirigió la palabra de Yavé:
"Hijo de hombre, te he puesto como un vigía para la casa de Israel: si oyes una palabra que salga de mi boca, inmediatamente se lo advertirás de mi parte.
Si le digo al malvado: ¡Vas a morir! y si tú no se lo adviertes, si no hablas de tal manera que ese malvado deje su mala conducta y así salve su vida, ese malvado morirá debido a su falta, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.
En cambio, si se lo adviertes al malvado y él no quiera renunciar a su maldad y a su mala conducta, morirá debido a su falta, pero tú habrás salvado tu vida.
Si el justo deja de hacer el bien y comete la injusticia, pondré una piedra delante de él para que se caiga y morirá. Si tú no se lo has advertido, morirá a causa de su pecado, se olvidarán de las buenas acciones que haya hecho, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.
Pero, si tu adviertes al justo para que no peque y siga sin pecar, vivirá gracias a tu advertencia, y tú habrás salvado tu vida.
La mano de Yavé se puso sobre mí y me dijo: "Levántate, dirígete al valle, allí te hablaré".
Me levanto entonces y me dirijo al valle. Veo allí la Gloria de Yavé: estaba allí tal como había visto la Gloria a orillas del río Quebar. Inmediatamente me echo de bruces al suelo.
El espíritu entra en mí y me hace ponerme de pie sobre mis piernas; y me habla y me dice: "Anda, enciérrate en tu casa.
Mira, hijo de hombre, como te ponen cuerdas y te atan; ya no podrás salir para conversar con ellos:
Hago que tu lengua se pegue a tu paladar: estás mudo y dejas de reprocharlos porque son una raza de rebeldes.
Pero más tarde te hablaré, te abriré la boca y les dirás: ¡Esto dice Yavé! que escuche el que quiere escuchar, y el que no quiere, que no escuche, puesto que es una raza de rebeldes.