Vas a pronunciar una lamentación respecto a los príncipes de Israel.
Dirás: ¡Qué leona era tu madre en medio de los leones! Se acostaba junto a sus cachorros y los amamantaba.
Educó a uno de sus cachorros que se convirtió en un joven león, aprendió a desgarrar la presa y a devorar a los hombres.
Pero como las naciones oyeron hablar de él, fue capturado en una fosa y llevado encadenado a Egipto.
La leona se decepcionó, sus esperanzas se vieron frustradas; tomó a otro de sus cachorros al que convirtió en un joven león.
Como joven león, salía con los leones, aprendió a desgarrar la presa y a devorar hombres.
Destruyó sus palacios, arrasó sus ciudades, sus rugidos aterrorizaban al país y a sus habitantes.
Llegaron extranjeros de todas las provincias a atacarlo; le echaron encima sus redes y cayó en una fosa.
Lo pusieron encadenado en una jaula y se lo llevaron a Babilonia ( ) donde lo dejaron en cautiverio: ¡ya no se oirá más su voz por las montañas de Israel!
Tu madre era como una parra plantada a orilla del agua, una parra fértil y verde porque no le faltaba el agua.
Produjo una rama tan grande como para hacer de ella un cetro de rey. Creció hasta las nubes; (se admiraban de su altura y de su tupido follaje.)
Pero la arrancaron con rabia y la echaron al suelo, el viento del este secó sus racimos que se cayeron. (La rama vigorosa se secó, el fuego la devoró.)
Ahora está plantada en una tierra árida, en el desierto.
(Un fuego que salió de su tronco devoró sus sarmientos y sus racimos.) ¿Qué le pasó? No más rama vigorosa, no más cetro real. Es una lamentación, y ¡cuánto no se lamentarán!