Ahora bien, ustedes verán en Babilonia dioses de oro, de plata, de piedra y de madera, llevados a hombros, que causan un temor respetuoso a las gentes.
Guárdense, pues, ustedes de imitar lo que hacen los extranjeros, de modo que vengan a temerlos.
Cuando vean, pues, detrás y delante de ellos la turba que los adora, digan allá en su corazón: ¡Oh Señor, sólo a ti se debe adorar!
Tiene igualmente en la mano la espada y el hacha; pero no se puede librar a sà mismo de la guerra ni de los ladrones; por todo lo cual pueden ver que no son dioses.
Por eso no tienen que temerlos; porque los tales dioses son como una vasija hecha pedazos, que para nada sirve.
Una vez colocados en un templo, sus ojos se cubren luego del polvo que levantan los pies de los que entran.
Y al modo que encierran detrás de muchas puertas al que ofendió al rey, como se practica con un muerto que se lleva al sepulcro, asà los sacerdotes aseguran las puertas con cerraduras y cerrojos para que los ladrones no despojen a sus dioses.
estos dioses son como las vigas de una casa que están roÃdas por dentro; la polilla se los come a ellos y sus vestiduras sin que ellos se den cuenta.
Negras se vuelven sus caras con el humo que hay en su casa.
Por eso, si caen a tierra no se levantan por sà mismos; ni por sà mismos se echarán a andar si alguno los pone de pie; y les tienen que poner delante las ofrendas como a los muertos.
Las mujeres embarazadas y las que están impuras por sus reglas comen los sacrificios de ellos. Conociendo, pues, por todas estas cosas que no son dioses, no tienen que temerlos.
los sacerdotes están sentados en los templos de ellos, llevando rasgadas sus túnicas y rapado el cabello y la barba, y con la cabeza descubierta,
y rugen dando gritos en la presencia de sus dioses, como se practica en un banquete fúnebre.
Con los vestidos que quitan a sus Ãdolos visten a sus mujeres y a sus hijos. Y aunque a los Ãdolos se les haga algún bien, no pueden premiar o castigar en ningún caso. No pueden poner a un rey ni quitarlo.
Y tampoco pueden dar riquezas,
ni siquiera una monedita. Si alguno les hace un voto y no lo cumple, ni de esto se quejan.
Son semejantes a las piedras del monte esos dioses de madera, de piedra, de oro, de plata. Los que los adoran serán confundidos.
¿Cómo, pues, puede pensarse o decirse que son dioses?
Incluso los mismos caldeos los desprecian. Cuando ven que uno no puede hablar, porque es mudo, lo presentan a Bel, rogándole que lo haga hablar; como si fuera capaz de entender.
Ellos, que piensan, no son capaces de rechazar a dioses que no tienen entendimiento.
Las mujeres, ceñidas de cordones, se sientan en los caminos quemando afrechillo, como si fuera incienso.
Han sido fabricados por carpinteros y por plateros, y no son otra cosa que lo que quisieron sus artÃfices.
Los artÃfices mismos de los Ãdolos duran poco tiempo; ¿podrán, pues, ser dioses las cosas que ellos mismos se fabrican?
No dejan a sus descendientes sino mentira y oprobio.
Porque, si sobreviene alguna guerra o desastre, los sacerdotes andan discurriendo dónde refugiarse con sus dioses.
¿Cómo no entienden entonces que no son dioses los que no pueden librarse de la guerra ni sustraerse de las calamidades?
Porque siendo, como son, cosa de madera, dorados y plateados, conocerán finalmente todas las naciones y reyes que son un engaño; reconocerán que no son dioses, sino obra de las manos de los hombres, y que nada hacen en prueba de que son dioses.
Pero, ¿y cómo se conoce que no son dioses, sino obra de las manos de los hombres, y que no hacen nada que sea propio de dioses?
Ellos no pueden nombrar a rey alguno en ningún paÃs ni pueden dar la lluvia a los hombres.
No decidirán, ciertamente, los pleitos ni librarán de la opresión al que sufre injusticias, porque nada pueden;
son como las golondrinas que se quedan entre cielo y tierra. Porque si se incendia el templo de esos dioses de madera, de plata y de oro, seguramente que sus sacerdotes huirán y se pondrán a salvo; pero ellos se quemarán dentro, lo mismo que las vigas.
De manera que vale más un rey que muestra su poder, o cualquier mueble útil en una casa, del cual se precia el dueño, o la puerta de la casa, que guarda lo que hay dentro de ella, que los falsos dioses.
Ciertamente que el sol, la luna y las estrellas, que están puestas para alumbrarnos y sernos provechosos, obedecen a Dios.
Asimismo, el relámpago se deja ver cuando aparece, y el viento que sopla por todas las regiones.
Igualmente, las nubes, cuando Dios les manda recorrer todo el mundo, ejecutan lo que se les ha mandado.
Al ver que la púrpura y escarlata se apolillan sobre ellos, conocerán claramente que no son dioses. Ellos mismos son devorados al fin por la polilla, y pasan a ser la vergüenza de su paÃs.
Más vale el varón justo que no tiene Ãdolos, porque nadie le quitará su fama.