«Párate en la puerta de la Casa de Yavé y publica allí esta palabra: Escuchen, hombres de Judá, que entran por esta puerta a adorar a Yavé.
Así habla Yavé, Dios de Israel: Mejoren su proceder y sus obras, y yo me quedaré con ustedes en este lugar.
No confíen en palabras mentirosas como éstas: ¡Miren el Templo de Yavé!, ¡aquí está el Templo de Yavé!, ¡éste es el Templo de Yavé!
Más bien mejoren su proceder y sus obras y hagan justicia a todos.
Dejen de oprimir al extranjero, al huérfano y a la viuda. No manchen este lugar con sangre de gente asesinada. No vayan en pos de otros dioses, para desgracia de ustedes.
Yo, entonces, los mantendré en este lugar, en el país que di a sus padres desde hace tiempo y para siempre.
Pero ustedes se fían de palabras engañosas e inútiles.
Ustedes roban, matan, toman la esposa del prójimo, juran en falso u ofrecen sacrificios a otros dioses, que no son de ustedes...
Y luego vienen a presentarse ante mí, en este Templo que lleva mi Nombre, y dicen: «¡Aquí estaremos seguros después de cometer tantas maldades!»
¿Será un refugio de ladrones esta casa mía sobre la cual descansa mi Nombre?
Es así como la ven ustedes, pero yo también he visto. Vayan, pues, al santuario de Silo, donde quise que descansara mi Nombre en tiempos pasados, y miren cómo lo traté por los crímenes de mi pueblo Israel.
Ustedes siguen cometiendo todas estas maldades que acabo de decir, y por más que se lo advertí no me han escuchado; hablé y no no me hicieron caso.
Ahora, pues, lo que hice en Silo, también lo haré con esta Casa que lleva mi Nombre y por la que se sienten seguros. Lo mismo haré con este lugar que yo dí a sus padres,
y los arrojaré lejos de mi presencia, como arrojé a sus hermanos del norte, a toda la gente de Efraín.
Y tú no pidas por este pueblo ni eleves por ellos súplicas ni oraciones, ni me insistas más, porque no te escucharé.
¿Es que no ves lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén?
Los hijos amontonan la leña, los padres encienden el fuego y las mujeres amasan para hacer tortas a la reina del cielo. Y luego derraman vino en honor de dioses extranjeros, para así ofenderme.
Pero, ¿es a mí, acaso, a quien rebajan con eso, dice Yavé? ¿No es más bien a ellos mismos, para su propia deshonra?
Por eso, así habla Yavé: «Mi cólera y mi furor se van a desencadenar sobre este lugar, sobre los hombres y los animales, sobre los árboles del campo y los frutos de la tierra, y arderá sin apagarse.»
Así habla Yavé de los Ejércitos, el Dios de Israel: «¡Añadan ustedes, no más, los holocaustos a los sacrificios y coman después la carne!
Que cuando yo saqué a sus padres de Egipto, no les hablé ni les ordené nada referente a sacrificios y holocaustos.
Lo que les mandé, más bien, fue esto: «Escuchen mi voz, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. Caminen por el camino que les indiqué para que siempre les vaya bien.»
Pero ellos no me escucharon ni me hicieron caso, sino que siguieron la inclinación de su corazón malvado, me dieron la espalda y me volvieron la cara.
Desde el día en que saqué a sus padres de Egipto hasta el día de hoy les he mandado continuamente a mis servidores, los profetas.
Pero tampoco ustedes me oyeron ni me hicieron caso, y, endureciendo su cabeza, se portaron peor que ellos.»
Puedes decirles todo esto, pero se harán los sordos. Puedes llamarlos, pero no te responderán.
Diles, entonces, esto: Esta es la nación que no ha escuchado la voz de Yavé, su Dios, ni ha querido aprender. La fidelidad ha muerto, ha desaparecido de su boca.
Córtate tus cabellos largos y tíralos. Entona sobre los cerros pelados una lamentación. Porque Yavé ha despreciado y rechazado a esta generación a la que aborrece.»
«Sí, los hijos de Judá han hecho lo que a mí no me gusta, dice Yavé. Han instalado sus ídolos en el templo, que lleva mi Nombre, para profanarlo;
han construido los santuarios de Lomas de Tofet, en el valle de Ben-Hinón, para quemar en el fuego a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no les ordené ni se me ocurrió jamás.»
«Por eso, se acerca el tiempo, dice Yavé, en que no se hablará más de Tofet ni del valle de Ben-Hinón, sino del Valle de la Matanza. Y se enterrará a la gente en Tofet, porque no habrá otro lugar,
y sus cadáveres servirán de comida a las aves de rapiña y a las fieras salvajes, sin que nadie las espante.
Suspenderé en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda manifestación de gozo y de alegría, los cantos del novio y de la novia, porque el país sólo será un desierto.»