El dÃa nueve del cuarto mes, cuando el hambre reinaba en la ciudad y la población no tenÃa ya nada más que comer,
se abrió un hoyo en el muro de la ciudad; el rey y todos los combatientes salieron de noche y escaparon de la ciudad por el camino de la puerta que está entre las dos murallas y que está cerca del parque del rey -los caldeos rodeaban la ciudad-, y tomaron el camino del valle del Jordán.
Pero las tropas caldeas persiguieron al rey y alcanzaron a SedecÃas en los llanos de Jericó, donde todos sus soldados, dejándolo solo, huyeron.
Tomaron preso al rey y lo llevaron a la presencia del rey de Babilonia, que estaba en Ribla, en tierra de Jamat, el cual lo sometió a juicio.
En Ribla mandó degollar a los hijos de SedecÃas ante sus propios ojos, y lo mismo hizo con todos los jefes de Judá.
Nebuzardán, comandante de la guardia, desterró el resto de la población que habÃa quedado en la ciudad, a los desertores que se habÃan pasado al rey de Babilonia y a los pocos artesanos que aún habÃa. Pero Nebuzardán, comandante de la guardia,
dejó una parte de la gente pobre del paÃs como vinateros y labradores.
El comandante de la guardia tomó además las vasijas, los braseros, los jarros, los ceniceros, los candelabros, los tazones y los platos para los sacrificios, todo de oro y de plata.
Cada una de las dos columnas tenÃa dieciocho codos de alto, doce de circunferencia y cuatro dedos de grosor, y eran huecas por dentro.
Encima tenÃan un capitel de bronce de cinco codos de altura, rodeado totalmente por un trenzado con granadas, todo de bronce. Ambas columnas eran iguales.
HabÃa noventa y seis granadas de relieve en torno a ellas. Y habÃa cien granadas alrededor del trenzado.
El comandante de la guardia tomó prisionero al sumo sacerdote Seraya, a su vicario SofonÃas y a los tres guardianes del Templo.