El hizo la tierra con su poder, afirmó el mundo con su sabidurÃa y con su inteligencia extendió los cielos.
A su voz se acumulan las aguas en el cielo, hace subir las nubes desde el extremo de la tierra, produce relámpagos en medio del aguacero y saca el viento de sus depósitos.
¡Agiten banderas por el mundo entero y toquen el clarÃn en todas las naciones! Preparen los paÃses para atacarla, citen a los reinos de Ararat, Minni y Askenaz para que marchen contra ella; que entre en acción el oficial de reclutamiento. Lancen a la carga la caballerÃa como una nube de langostas rabiosas.
Alisten las naciones para el ataque, el rey de Media, sus gobernadores, todos sus jefes y todos los paÃses que están bajo su imperio.
El pueblo de Sión dice: «Me comió y me chupó el rey de Babilonia; me dejó como un plato vacÃo, me tragó igual que un dragón, se llenó su estómago con mis mejores presas.
Pero que no desfallezca su corazón ni se asuste por las noticias que circularán por el paÃs, pues un año correrá un rumor, al año siguiente, otro; la violencia se impondrá en el paÃs y un tirano derrocará a otro.
Pues bien, ya se acercaron los dÃas en que voy a castigar a los Ãdolos de Babilonia; se avergonzará todo su territorio, todos sus muertos quedarán tirados en el centro de la ciudad.
Entonces JeremÃas habÃa reunido en un libro todas las profecÃas que habÃa escrito respecto de Babilonia para anunciar todo el mal que caerÃa sobre ella.
Y JeremÃas dio esta orden a SeraÃas: «Cuando llegues a Babilonia, cuida de leer en voz alta todo esto, y agrega:
Terminado de leer el libro, lo atarás a una piedra y lo tirarás al Eufrates,
diciendo: «Asà se hundirá Babilonia y nunca se levantará de la ruina que yo traigo sobre ella.» Hasta aquÃ, nada más, las palabras de JeremÃas.