Alza los ojos hacia los cerros y mira: no hay lugar en que no te hayas prostituido. Junto al camino te sentabas para esperar, como la mujer árabe en el desierto, y manchaste tu paÃs con tus prostituciones y tus crÃmenes.
Por eso los aguaceros cesaron y no hubo más lluvia para ti en la primavera, pero tu rostro de mujer perdida ni siquiera ha enrojecido.
Mas aún me llamabas: «Padre mÃo, tú, el amigo de mi juventud, ¿tendrás rencor para siempre? ¿Durará eternamente tu cólera?»
Asà hablabas, y proseguÃas feliz cometiendo tus maldades.
Por ese mismo tiempo los hijos de Judá y los de Israel harán el camino juntos desde las tierras del norte a la tierra que di en herencia a sus padres.
Y yo pensaba: «¡Cómo quisiera contarte entre mis hijos, darte como herencia un paÃs maravilloso, que sobresalga entre todas las naciones!» Y añadÃ: «Me llamarás "Padre mÃo" y nunca más te apartarás de mÃ.
Sin embargo, asà como una mujer traiciona a su amante, asà me ha engañado la gente de Israel.»