El pecado de Judá está escrito con un punzón de acero, con una punta de diamante; está grabado sobre la tabla de su corazón y sobre los cuernos de sus altares.
Sus altares y sus postes sagrados lo recuerdan debajo de los árboles verdes, en las lomas altas
y los cerros del llano. Tu riqueza y todos tus tesoros los entregaré al saqueo, en pago por todos tus pecados cometidos en tus santuarios altos por todo tu territorio.
Tendrás que desprenderte de la propiedad que te había regalado, y te haré esclavo de tus enemigos en una tierra desconocida, porque has encendido el fuego de mi ira, que quemará eternamente.
Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé!
Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado.
¡Bendito el que confía en Yavé, y que en él pone su esperanza!
Se asemeja a un árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente: no tiene miedo de que llegue el calor, su follaje se mantendrá verde; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos.
El corazón es lo más complejo, y es perverso: ¿quién puede conocerlo?
Yo, Yavé, yo escudriño el corazón y sondeo las entrañas; yo doy a cada cual según su conducta y según el fruto de sus obras.
El que amontona riquezas injustamente es como la perdiz que se echa sobre huevos ajenos; tendrá que dejarlas, en la mitad de su vida, y al final no será más que un insensato.
Un trono glorioso y excelso, es nuestro Santuario:
esperanza de Israel, Yavé, los que te traicionan serán confundidos. Los que se rebelan serán borrados del país, porque abandonaron el manantial de agua viva.
¡Devuélveme la salud, Yavé, y quedaré sano! ¡Sálvame y estaré a salvo! Pues mi esperanza eres tú.
Mira cómo me dicen: ¿Una palabra más de Yavé? ¡Que se cumpla, pues!
A pesar de esto yo no te he obligado a lo peor, no he anhelado que llegue el día fatal, tú lo sabes bien; todo lo que ha salido de mis labios está claro para ti.
No me hagas caer en el susto, tú, que eres mi refugio en el tiempo malo.
¡Que sean humillados mis perseguidores y no yo; que ellos tiemblen de miedo, no yo! Desata sobre ellos todas las calamidades, aplástalos bien aplastados.
Me llegó una palabra de Yavé: «Anda a la puerta que llaman "Puerta del Pueblo", por donde entran los reyes de Judá. Irás también a las demás puertas de Jerusalén
y dirás: Escuchen la palabra de Yavé, ustedes reyes de Judá, y también ustedes que habitan en Jerusalén y pasan por estas puertas:
Si ustedes quieren salvar la vida, cuiden de no llevar carga el día sábado, y de no hacer entrar en Jerusalén sus productos en ese día.
No salgan cargados ese día, ni hagan trabajo alguno, sino que santifiquen el día sábado como se lo mandé a sus padres.
Ellos no me obedecieron ni escucharon mi mandato. Se pusieron duros de cabeza, para no oír ni aceptar mis advertencias.
Pero si ustedes me hacen caso -palabra de Yavé-, y santifican el día sábado, sin realizar en él trabajo alguno, y no entran cargados por las puertas de Jerusalén, entonces habrá reyes que se sientan en el trono de David.
Entrarán por estas puertas con sus carros y sus caballos, ellos y sus cortesanos, y también la gente de Judá y de Jerusalén, y esta ciudad será habitada siempre.
Aquí subirán los habitantes de las ciudades de Judá, de los alrededores de Jerusalén, de la tierra de Benjamín, de la Tierra Baja, de los cerros y del sur, trayendo víctimas y sacrificios, incienso y ofrendas, en acción de gracias al Templo de Yavé.
Pero si no me escuchan, y no santifican este día, trabajando y llevando sus cargas por las puertas de Jerusalén, prenderé fuego a esas puertas, y devorará los edificios de Jerusalén. Y nadie lo apagará.»