Siendo señor en medio de su pueblo, toda mancha suya profana su pueblo.
No raparán su cabeza ni rasurarán los lados de su barba, ni se harán cortes en su cuerpo.
Serán santos para su Dios y no profanarán su Nombre porque son ellos los que ofrecen los sacrificios por el fuego, alimento de su Dios; por esto han de ser santos.
No tomarán una mujer prostituta o deshonrada, ni tampoco una mujer despedida por su marido, porque el sacerdote está consagrado a Dios.
Si se prostituye la hija de un sacerdote, se profana a sà misma y a su padre: será quemada viva.
El sacerdote que ha sido puesto más alto que sus hermanos, sobre cuya cabeza se ha derramado el óleo de unción, y que ha sido consagrado para revestir las vestiduras, en ningún caso tendrá su cabellera suelta ni rasgará sus vestidos.
No se hará impuro por haberse acercado a un muerto, aun por un padre o una madre.