¡Bel se desploma y Nebo se derrumba! Sus ídolos son puestos sobre bestias de carga, sus objetos sagrados son un peso para las bestias cansadas.
Se desploman y se caen junto con éstas, incapaces de salvar a las que los transportan. Ellos también van al cautiverio.
«Escúchenme, gente de Jacob, todos los que sobreviven de Israel: a los que crié desde su nacimiento y de los que me hice cargo desde el seno materno.
Hasta su vejez yo seré el mismo, y los apoyaré hasta que sus cabellos se pongan blancos. He cargado con ustedes, y seguiré haciéndolo, los sostendré y los libertaré.
¿Con quién podrán compararme o equipararme? ¿Encontrarán uno igual o semejante a mí?
Pero la gente saca el oro de su cartera y lo pesan, con la plata, en la balanza. Le pagan a un joyero para que les haga un dios al que adoran y delante del cual se tiran al suelo.
Se lo echan al hombro y lo llevan, después lo colocan donde va a quedar, y allí está sin que se mueva de su sitio. Por más que le hablan, no responde y a nadie salva de la ruina.
Recuerden esto y tengan vergüenza, reflexionen en su corazón, pecadores.
Recuerden las cosas que pasaron antiguamente. Yo soy Dios y no hay otro igual, soy Dios y no hay nada divino fuera de mí.
Yo anuncio desde el principio lo que va a venir, y de antemano, lo que no se ha cumplido todavía. Yo digo, y mis planes se cumplen, y todo lo que quiero se realizará.
Llamo desde el Este a un ave de rapiña, llamo de una tierra lejana, al hombre que está en mis proyectos. Tal como lo he pensado, así lo haré; como lo he planeado, así lo ejecutaré.
Oiganme, ustedes, que no piensan en nada y que están tan ajenos a mi salvación.
Mi victoria ya se aproxima, ya llega, y mi salvación no se demorará más. Instalaré mi salvación en Sión, y daré a Israel la grandeza.»