Que se alegren el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera.
Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante de contenta, pues le han regalado el esplendor del Líbano y el brillo del Carmelo y del Sarón. Ellos a su vez verán el esplendor de Yavé, todo el brillo de nuestro Dios.
Robustezcan las manos débiles y afirmen las rodillas que se doblan.
Díganles a los que están asustados: «Calma, no tengan miedo, porque ya viene su Dios a vengarse, a darles a ellos su merecido; él mismo viene a salvarlos a ustedes.»
Entonces los ojos de los ciegos se despegarán, y los oídos de los sordos se abrirán,
los cojos saltarán como cabritos y la lengua de los mudos gritará de alegría. Porque en el desierto brotarán chorros de agua, que correrán como ríos por la superficie.
La tierra ardiente se convertirá en una laguna, y el suelo sediento se llenará de vertientes. Las cuevas donde dormían los lobos se taparán con cañas y juncos...
Por allí pasará una buena carretera, que se llamará el camino santo; por él no transitará ningún impuro, y el sinvergüenza no se atreverá a pisarlo;
no habrá allí ningún león, y la fiera salvaje no se acercará a él. Por este camino marcharán los rescatados
y por ahí regresarán los libertados por Yavé; llegarán a Sión dando gritos de alegría, y con una dicha eterna reflejada en sus rostros; la alegría y la felicidad los acompañarán y ya no tendrán más pena ni tristeza.