Aquel día Yavé castigará con su espada firme, grande y pesada a la serpiente Leviatán, que siempre sale huyendo, a Leviatán, que es una serpiente astuta, y matará al dragón del mar.
Entonces dirá: «Cántenle a esta excelente viña.
Yo, Yavé, soy su cuidador; la riego todas las mañanas para que no caiga su follaje, y me preocupo por ella noche y día.»
- «Yo me quedo sin cerca, ¿y de dónde me vienen esas malezas?» - «Yo mismo les haré la guerra y a todos les prenderé fuego;
a no ser que me pidan protección o hagan la paz conmigo; sí, conmigo.»
En los días que vienen le saldrán brotes a Jacob, Israel dará brotes y florecerá, y sus frutos llenarán el mundo entero.
¿Acaso Yavé le ha pegado como les pegó a los que lo maltrataban? ¿O lo ha exterminado como hizo con los que lo masacraban?
Lo castigó, echándolo de su casa o desterrándolo, y lo despidió de un soplido tan fuerte como viento del este.
Ahora bien, así es como será pagada la falta de Jacob, como será expiado su pecado: tendrá que hacer pedazos sus altares y moler sus piedras como se hace polvo la piedra de cal, y no levantar más postes sagrados o monumentos de piedra en honor al sol.
La ciudad fortificada está ahora solitaria, permanece abandonada y triste como un desierto. Allí van a pastar los animales, allí crecen y se extienden los matorrales.
Cuando se secan las ramas, las quiebran y luego las mujeres les prenden fuego. Eso se debe a que este pueblo no quiere entender, por eso su Hacedor no se compadece de ellos, ni los perdonará el que los ha creado.
Pero llegará el día Yavé hará la trilla desde el río Eufrates hasta el Nilo de Egipto, y ustedes, hijos de Israel, serán juntados uno a uno.
Aquel día, al sentir el fuerte sonido de la trompeta, acudirán los que andaban perdidos por el país de Asur y los que estaban desparramados por la tierra de Egipto, y adorarán a Yavé en el cerro santo de Jerusalén.