«Desde Sela que está en el desierto, lléven corderos al monte de la hija de Sión al soberano del país.»
Y como pichones asustados que han echado de su nido, andan las hijas de Moab por los vados del río Arnón.
«Llamen a consejo, tomen una decisión, extiende tu sombra como la noche contra el ardor del sol; esconde a los perseguidos, no entregues al que huye.
Dales hospedaje a los fugitivos de Moab, ofréceles un asilo frente al saqueador.» (Cuando se termine la opresión, y se hayan alejado los que aplastan al país.»
el trono será restablecido, estable gracias a la bondad, y en él se sentará bajo la carpa de David, un gobernante leal, amante del derecho, y dispuesto a hacer justicia.)
Tenemos noticias del orgullo de Moab, de ese orgullo enorme, de su vanidad, soberbia y petulancia, de sus palabrerías que no llevan a ninguna parte.
Dejemos que los moabitas lloren por Moab y se lamentan todos juntos. Todos suspiran apenados por las tortas de uva de Quir-Jerés.
Pues se han marchitado los campos de Jesebón y la viña de Sibma, cuyos racimos arrancaron los amos de las naciones. Ella llegaba hasta Yazer y se perdía en el desierto; sus sarmientos se extendían hasta más allá del mar.
También lloro, como llora Yazer, por la viña de Sibma, los regaré con mis lágrimas, Jesebón y Elealé. Porque sobre tu cosecha y tu vendimia ya no se escuchan las canciones;
alegría y el contento se han ido de sus huertos. Ya no cantan ni aplauden en las viñas, ya no se pisa la uva en el lagar, y se han terminado los cantos.
Por eso mis entrañas se conmueven por Moab, como una cítara, y mi corazón por Quir-Jerés.
Por más que Moab se canse subiendo a los santuarios, o entre a su templo a rezar, nada conseguirá con eso.
Esta es la sentencia que, hace tiempo, pronunció Yavé contra Moab. Y ahora Yavé declara: «Dentro de tres años, los mismos que dura el contrato de un soldado, el famoso poder de Moab, con su gran población, se vendrá abajo y sólo quedará una minoría sin importancia.»