La tierra está ahora tranquila y quieta y retumban las aclamaciones.
Aun los cipreses y los cedros del LÃbano se alegran, diciendo: «Desde que estás en la tumba, ya no tenemos que temer al leñador.»
Bajo la tierra, el reino de los muertos se agita por ti, para darte la bienvenida; despierta a las sombras de todos los grandes de la tierra y se levantan de sus tronos los reyes de los pueblos.
Mas, ¡ay!, has caÃdo en las honduras del abismo, en el lugar adonde van los muertos.
Los que te ven se fijan en ti y dicen al verte: «Este es el hombre que espantaba a la tierra, que hacÃa temblar a los reinos,
que convertÃa al mundo en un desierto, que destruÃa las ciudades y nunca abrÃa la cárcel a sus presos.»
Todos los reyes de las naciones reposan con honor, cada uno en su tumba,
pero tú has sido echado a la fosa común, como una basura que molesta, como un cadáver pisoteado, cubierto de gente masacrada, de degollados por la espada.
No tendrás la sepultura de los reyes, porque has desolado tu tierra y asesinado a tu pueblo: nadie, en adelante, se acordará de la descendencia de los malhechores.
Prepárense para matar a los hijos por los crÃmenes de sus padres; ¡ya no saldrán a conquistar la tierra ni cubrirán, con sus ciudades, la faz del mundo!
El año en que murió Ajaz, IsaÃas pronunció esta sentencia:
«No te alegres tanto, Filistea, porque se quebró el bastón que te pegaba; pues del huevo de la culebra saldrá una vÃbora, que, a su vez, tendrá una serpiente voladora.
¡Que den aullidos en la alcaldÃa, que grite la ciudad! Filistea entera se queda sin ánimo. Porque por el norte se levanta una humareda, ¡y nadie de sus soldados abandona las filas!