No discutas con un hombre poderoso: podrías caer en sus manos.
No te querelles con un hombre rico: podría echar su peso en la balanza.
No discutas con un hablador: sería echar leña al fuego.
No bromees con el hombre grosero: acabaría insultando a tus antepasados.
No hagas reproches al pecador arrepentido; acuérdate que todos somos culpables.
No desprecies al hombre en su vejez; también seremos viejos un día.
No te alegres de la muerte de alguien: acuérdate que todos moriremos.
No desdeñes las palabras de los sabios, recuerda a menudo sus preceptos: aprenderás de ellos a vivir y servir a los grandes.
No te apartes de la doctrina de los ancianos, pues ellos la aprendieron de sus padres; abrirán tu inteligencia y te harán capaz de responder oportunamente.
No excites al pecador: podrías quemarte en sus llamas.
No impacientes a un hombre de mal carácter: falsearía tus palabras y de allí sacaría pretexto.
No prestes a uno que tiene más poder que tú: si le has prestado, dalo por perdido.
No sirvas de aval de alguien más allá de tus medios: si lo has hecho, prepárate a pagar.
No presentes demanda judicial contra un juez: en vista de su posición, fallarán en su favor.
No salgas a caminar con un hombre temerario, no sea que te doble la mano. Como él actuará según su antojo, sus locuras los perderán a ambos.
No discutas con un hombre violento, no te quedes con él en un lugar solitario. Porque no tendrá escrúpulos en derramar sangre, y viéndote indefenso, se te echará tal vez encima.
No tomes tu decisión en presencia de un tonto: no guardará el secreto.
No hagas lo que debe permanecer secreto en presencia de un desconocido: no sabes cómo reaccionará.
No abras tu corazón a cualquiera: no cuentes con que sabrá agradecértelo.