David puso delante del altar a los cantores con arpas para que dejaran oÃr sus voces melodiosas.
Dio esplendor a las fiestas y realzó el brillo de las solemnidades, haciendo que se alabara el nombre del Señor: desde la aurora se oÃa el canto sagrado.
David tuvo por sucesor a un hijo lleno de sabidurÃa; gracias a su padre, vivió a sus anchas.
Salomón reinó en un perÃodo de paz y Dios le ahorró cualquier preocupación en sus fronteras, porque tenÃa que levantar un Templo en honor de su Nombre y prepararle un Santuario por los siglos.
Tu genio cubrió la tierra; la llenaste con tus proverbios y enigmas.
Tu fama llegó hasta las islas más lejanas: fuiste amado porque eras pacÃfico.
Las naciones te admiraron por tus cantos, proverbios y parábolas: tenÃas el arte de aclararlo todo.
En nombre del Señor Dios que se llama Dios de Israel, amontonaste el oro como si fuera estaño, y acumulaste la plata como el plomo.
Pero estuviste pendiente de las mujeres que compartÃan tu cama, ellas fueron dueñas de tu cuerpo.
Manchaste asà tu gloria y deshonraste du descendencia; atrajiste la Cólera sobre tus hijos, y tu locura los hundió en la desgracia.
Se dio la división del poder: una realeza rebelde surgió en EfraÃn.
Cuando Salomón fue a descansar con sus padres, dejó como sucesor al más loco del pueblo, a un hombre sin inteligencia: ese Roboam, con sus decisiones, fue el culpable de la revuelta del pueblo.
Entonces fue cuando Jeroboam, hijo de Nabat, hizo pecar a Israel, enseñándole a EfraÃn los caminos del mal. Y sus pecados fueron aumentando hasta tal punto que se hicieron deportar de su paÃs.
Se entregaron a todo lo que es malo hasta que el castigo recayó sobre ellos.