Luego Dios hizo que apareciera Moisés, un descendiente de Jacob, un hombre muy amado por Dios y por los hombres y cuya memoria será bendita para siempre.
Lo hizo tan glorioso como los ángeles, lo volvió poderoso, terrible para sus enemigos;
por su sola palabra se multiplicaban los prodigios. El Señor lo glorificó en presencia de los reyes, le dio mandamientos para su pueblo y le dejó ver un reflejo de su gloria.
Dejó que entrara en su misterio ese hombre fiel y amable, al que había escogido entre todos.
Le permitió que oyera su voz y lo introdujo en la nube oscura. Le habló cara a cara y le dio los mandamientos, esa ley revelada, ley de vida, para que enseñara la Alianza a Jacob, y sus decretos a Israel.
Dios elevó y consagró igual que a él a su hermano Aarón, de la tribu de Leví.
Concluyó con él una alianza perpetua, haciéndolo el sacerdote de su pueblo.
Lo revistió con ornamentos espléndidos y le entregó las insignias de su poder: pantalones, túnica larga, efod.
Del borde de su manto pendían granadas e innumerables campanillas de oro que tintineaban a cada uno de sus pasos; se las oía resonar en el templo y el pueblo permanecía atento a ellas.
Lo revistió con un traje sagrado, bordado de oro, de púrpura y de escarlata; encima llevaba el pectoral con el urim y el tumim, bordado también con hilos escarlatas.
Piedras preciosas destellaban, grabadas como sellos, engastadas por el joyero en una montura de oro. Allí se leían los nombres de las tribus de Israel: era para tenerlas siempre presentes en la memoria del Señor.
Le puso una corona de oro por encima del turbante, con una inscripción en relieve: "¡Consagrado al Señor!" Era un adorno precioso, una obra espléndida que atraía las miradas de todos.
Antes de él jamás se había visto algo tan hermoso; ningún profano se había revestido con tales ornamentos; están reservados a sus hijos y a sus descendientes en la continuación de los tiempos:
El fuego consume sus ofrendas dos veces al día, y para siempre..
Moisés en persona lo consagró: Aarón recibió de él la unción con el aceite santo; así fue como recibió ese privilegio para siempre, no sólo él sino también sus descendientes, y esto mientras duren los cielos, llevarán a cabo el servicio litúrgico. Serán sacerdotes y darán al pueblo de Dios la bendición en su nombre.
Fue elegido entre todos los seres vivientes para que presentara la ofrenda al Señor, junto con el incienso de agradable aroma, para que así el Señor se acordara de su pueblo y le perdonara sus pecados.
El Señor le concedió el don de interpretar sus mandamientos y de pronunciarse cuando se trate de enseñar a Jacob sus decisiones, y de esclarecer a Israel con respecto a su Ley.
Extranjeros conspiraron en contra de Aarón, estaban envidiosos de él en el desierto. Eran los hombres de Datán y de Abirón, era junto con Coré el partido de los violentos y furiosos.
El Señor lo vio y eso no le gustó; fueron exterminados por el ardor de su cólera. Los castigó de manera extraordinaria: llamas ardientes los devoraron.
Dios hizo mucho más aún por la gloria de Aarón; le dio a manera de herencia los primores de las cosechas, asegurándole así el pan en abundancia.
Le dio, a él y a su raza, las ofrendas que se hacen al Señor: ese es su pan.
En cambio, nada tienen de herencia en la tierra de su pueblo, no tienen su parte con el pueblo; porque el Señor dijo: "Yo seré la parte que le toca en herencia".
Finjas, hijo de Eleazar, es el tercero en gloria, porque temió al Señor y se mostró lleno de celo por él. Permaneció firme cuando el pueblo se rebeló: su voluntad no se doblegó, y así obtuvo el perdón para Israel.
Por eso el Señor concluyó con él una alianza de paz: lo estableció como jefe del Santuario y del pueblo; le concedió a él y a su descendencia la dignidad de jefe de los sacerdotes, y esto por los siglos.
Cuando Dios se comprometió con David, hijo de Jesé, de la tribu de Judá, uno solo de sus hijos heredaría su realeza; con Aarón, en cambio, su sacerdocio pasa a todos sus descendientes.
¡Oh raza de Aarón, que el Señor ponga sabiduría en sus corazones para que gobiernen a su pueblo con rectitud, y así, de generación en generación, no se pierda ni su prosperidad ni su gloria!