Tenle al médico toda la estima que se merece, debido a sus servicios porque así lo quiso el Señor.
La mejoría viene del Altísimo, y es el Rey quien concede el don de sanar.
Los conocimientos del médico le permiten andar con la cabeza levantada , hasta los grandes lo admiran.
El Señor creó las plantas medicinales que brotan de la tierra: un hombre inteligente no las menosprecia.
Acuérdate de aquella madera que endulzó las aguas amargas, y con eso el Señor dio a conocer su poder.
El da a los hombres el saber para que lo glorifiquen por los maravillosos remedios que creó.
El médico los usa para curar y para quitar el dolor, el farmacéutico hace con ellos sus mezclas.
De ese modo las obras del Señor no se han terminado, y continúa difundiéndose el bienestar por la tierra.
Hijo mío, cuando estés enfermo no te deprimas: ruégale al Señor para que te cure.
Renuncia a tus malas acciones, guarda las manos limpias y purifica tu corazón de cualquier pecado.
Ofrécele a Dios el incienso y la harina flor para que te tenga en su memoria, preséntale una ofrenda escogida entre tus bienes.
Luego haz que venga el médico, ya que el Señor lo creó; no lo desprecies porque lo necesitas.
En algunos casos el restablecimiento pasa por las manos de ellos;
rogarán al Señor para que les ayude a encontrar los medios para aliviarte y salvarte la vida.
El que peca en presencia de su Creador, ¡que caiga en las manos del médico!
Hijo mío, derrama lágrimas por un muerto y entona la lamentación que expresará tu dolor. Luego entierra su cuerpo como se debe, no descuides nada referente a su sepultura.
Gime amargamente, golpéate el pecho, haz el velorio como conviene por uno o dos días para marcar la separación, luego consuélate de tu tristeza.
Porque la tristeza lleva a la muerte, y la pena interior consume las energías.
Que la tristeza se acabe con los funerales: no puedes vivir siempre afligido.
¡No abandones tu corazón a la tristeza, échala y piensa en tu propio fin!
No lo olvides: es sin vuelta. Tu te perjudicarías y no le harías ningún bien.
Acuérdate de mi sentencia que un día podrás repetir: ¡ayer fue yo, hoy serás tú!
Desde el momento que el muerto reposa, haz que también repose su recuerdo; consuélate desde el momento que haya expirado.
Hay que tener sosiego para adquirir el conocimiento de la Ley; el que no está esclavizado por su trabajo podrá llegar a ser sabio.
¿Cómo llegará a ser sabio el que maneja el arado? todo su orgullo consiste en usar la picana; guía a sus bueyes y los hace trabajar, no habla más que de animales.
Toda su atención está puesta en el surco que traza y hasta tarde en la noche les da forraje a sus terneras.
Lo mismo pasa con cualquier obrero o artesano que trabaja día y noche, con los que graban los sellos y se esfuerzan por variar el diseño. Toda su atención está puesta en el trabajo que hacen, y pasan las noches en vela perfeccionando su obra.
Otro tanto ocurre con el herrero sentado junto al yunque, ocupado totalmente en fierro que forja mientras literalmente se derrite por el ardor del fuego. Tiene que protegerse de la fragua y del ruido del martillo que le rompe los tímpanos. Toda su atención está centrada en hacer un trabajo perfecto y se queda hasta altas horas de la noche embelleciendo su obra.
Lo mismo sucede con el alfarero que trabaja sentado frente al torno y hace andar la rueda con sus pies; está inmerso en su faena y trata de producir más.
Con sus manos moldea la arcilla y la amasa con sus pies. Pondrá toda su atención en extender el barniz y se desvelará manteniendo encendido el horno.
Todas esas personas cuentan con sus brazos y cada uno es hábil en su oficio.
Sin ellos no se construiría la ciudad, ni se podría habitarla ni circular por ella.
Sin embargo no irán a buscarlos para el consejo del pueblo ni se fijarán en ellos en la asamblea. No se sentarán en el tribunal porque no están familiarizados con la Ley.
Demostrarán muy poca instrucción, no son expertos en derecho, y no figuran entre los que interpretan las máximas. Por cierto que valorizan todo lo que Dios creó en un comienzo, pero su oración no va más allá de las cosas de su oficio.